miércoles, 6 de diciembre de 2017

Me contaron Robocop




El otro día vi, como cualquier hijo de vecino, el trailer de la nueva de los Vengadores. Muy guay todo, muy potente, muchas ganas de verla, claro, y la sensación de que el aficionado a estas cosas vive en una continua montaña rusa de expectativas cumplidas, deshinchadas y salivación constante. Nos tienen atrapados porque queremos cada vez más; queremos Universos cohesionados, construidos con solidez, pero rapidito, fácil e impactante. Queremos que cada nuevo estreno nos cambie la vida y nos desgarre el alma. Aunque la veamos descargada de internet o estemos deseando destrozarla en las redes sociales. Somos un monstruo insaciable, infantil y de estómago agradecido, después de todo.

Pero hubo un tiempo en que no era así. A mí me contaron Robocop en el colegio. Sí, ese Robocop, el de mil novecientos ochenta y siete, el de Verhoeven, sí, sí, el bueno. En aquel tiempo yo tenía nueve años y mi amigo Rubén y yo pasábamos el tiempo del recreo alejados de la pelota de fútbol... y nos dedicábamos al noble arte de flipar. Flipábamos muy fuerte con casi todo. Dibujos animados, películas, tebeos... lo que fuera. 

Yo tenía ganas de Robocop desde que vi un anuncio en la tele, de esos de medio minuto, donde se adivinaban unos diseños robóticos acojonantes, violencia a tope y futurismo. Es más, en mi inocencia yo me había montado mi propia película y creía que había dos robots: el Robocop con casco y otro calvo con rostro humano. ¡Y el calvo era el malo! Todo estaba claro en mi cabeza. ¡Peliculón! Pero mis padres no me llevaron a verla y empecé a contar los días hasta que cayera en el videoclub.

Y mi amigo Rubén la vio antes que yo.

Y me la contó a su manera.

Ese fue mi trailer, mi "spoiler", mi visionado a través de un niño de nueve años que la había visto el día anterior y estaba loco por contármela. Era su amigo del alma (y lo sigue siendo) y se vio en la obligación moral de contarme Robocop a su manera. Poco recuerdo de sus palabras, y sólo puedo parafrasear cosas como "¡Salen tetas! ¡Y hay un robot super chulo que mata a un hombre y le revienta el pecho con sus disparos!" Mientras me narraba la escena, se retorcía como alcanzado por los impactos de altos calibre. Y yo, embobado y muerto de envidia. 

No había internet, no había casi nada, excepto la imaginación, un amigo, o un padre avispado en el videoclub. Al poco tiempo pude ver la película. Y flipé por segunda vez. Normal. Pero más que la peli en sí, cuando recuerdo Robocop veo a mi amigo Rubén en chándal, retorciéndose en el patio del colegio Clemfor y gritando "¡Pum, Fussshhh!" al ritmo de un tiroteo imaginario.


6 comentarios:

  1. esa era la magia, Señor Escritor. Y creo que la hemos perdido casi del todo. Aunque siempre quedarán esos recuerdos. Otra gran reflexión como siempre :)

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  2. yo tenía algo de más edad y la ví en el (ATENCIÓN) Video Comunitario y flipé y eso que ya empezaba a ir al instituto :)

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    1. Yo fui usuario indirecto de vídeos comunitarios y siempre recordaré las mil veces que vi la película animada de Ultraman.

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  3. Y todo redondo cuando fuimos a ver la segunda parte al Ateneu como cuatro años después (qué sensación más enfermiza me dejó esa película, por cierto). En ese patio hubo mucha obligación moral, mucho ejercicio diplomático y de embajada, oye: recuerdo que ahí nos contaron “Cortinas”, “Madman” (la del 81, que entendimos que era “Batman” y no nos cuadraba por ningún lado), “Dolls”, “Puppet Master”… El título “Cortinas” me sigue acojonando bastante, así en castellano.

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    1. Esto da para un hilo infinito de vivencias, como la vez que fuimos a ver Batman, o El Señor de las Bestias 2 en el Ateneu. ¡No sabes cuánto te quiero!

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  4. El domingo mientras tomaba café escuché a un par de chavales hablar de la nueva de Thor, y me si cuenta de que los viejos hemos sido como ellos y hemos involucionado (no se si existe el palabro, pero queda guapo).

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