miércoles, 1 de noviembre de 2017

La ciudad no es para mí.







El otro día encontramos en el canal "SOMOS" esta película.Y mi hija de nueve años mostró un gran interés en verla. Le llamó la atención el blanco y negro, la estética, el vocabulario, las formas del protagonista. Ver su expresión fue muy llamativo. Y obviamente, la vimos. Y decidí comentarla. Es extraño, ¿no? Podría hablar de mil cosas antes de "La ciudad no es para mí". Porque lo suyo es comentar la última de Netflix, el libro de moda o la novedad en cómic. ¿Quién va a tener interés por leer algo sobre una película de las denominadas "españoladas"? Es que no pega, ¿verdad? No es moderno, ni va con la corriente.

Hablar de "La ciudad no es para mí" es hablar de Paco Martínez Soria, avatar mitológico del humor y el sentido común baturro; una figura que marcó a muchos espectadores, calificándolo como un abuelo lejano e intangible del que se reconocen y anticipan cada una de sus acción. Paco Martínez Soria fue un titán del teatro, donde disfrutaba de verdad, pero se hizo mito en el cine, y posteriormente en la televisión. Su presencia, dotada de astucia rural, humanidad y ese sentido común equivalente a una pedrada en la cara hacia el rostro de la pujante clase media urbana, se ha quedado grabada en el colectivo popular: mayor, con boina, poco atildado, afilado en sus comentarios y poseedor de una inteligencia aferrada a la costumbre y a ese término denostado que es el sentido común.

Y "La ciudad es para mí" es su mayor éxito. Esta adaptación de la obra teatral de Fernando Lázaro Carreter, fue el blockbuster de 1966. La película más taquillera de los sesenta. Un pelotazo que encumbró a un Paco Martínez Soria ya famoso en los escenarios. Cuenta la historia de Agustín Valverde, un viudo que visita a su hijo médico a Madrid, a causa de unas molestias de salud. Allí se encontrará con un conflicto matrimonial, una criada en problemas, una nieta ye-ye, una nuera cuasi adúltera y un hijo indolente... ¡Este es un trabajo para Paco!

Y la película aguanta en este 2017 resentido con el entretenimiento popular y resabiado. Y se mantiene porque está primorosamente bien escrita, bien dirigida por Pedro Lazaga, y los actores están sublimes. A Martínez Soria le acompañan rostros muy reconocidos como Alfredo Landa, Gracita Morales, José Sacristán, María Luisa Ponte o Sancho Gracia entre otros. Un All.Star. Y aguanta porque el humor metomentodo de Martínez Soria es humano, reconocible y socarrón. Humor baturro repleto de sinceridad y algo de ácido. ¡Qué aprenda House!

Ha sido una experiencia verla de nuevo. Volver, en cierta forma, a tiempos más grises e ilusorios, pero volver. Gran comedia española, de esa que se denosta y que no es recordada por nadie sino es para menospreciarla o dirigir la burla fácil e indocumentada. Una película que retrata una sociedad que no fue del todo pero que la gente quería ver en el cine. Gente rica enmendada por el hombre de pueblo que tiene la solución para todo. Gente como esa diáspora que recluía en la capital a comer sopa y salir adelante como podía, que huía de la pana en busca de la mejoría, del pisito y de las luces de la gran ciudad. Ese público existió, aunque nos olvidademos. Y estas películas, también. Hay que recordarlas.

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