El escritor siempre cuenta con un par de enemigos a la hora de embarcarse en una historia: los prejuicios y los complejos. No hay nada peor que un escritor acomplejado. Un escritor acomplejado está en la misma categoría que el escritor quejica; y ambos se merecen un lugar especial en el purgatorio literario. Los complejos atacan al escritor a través de dos vías: la cabeza y el entorno. Siempre pensaré que mi historia está sobada, está muy vista o no merece la pena que nadie le dé una oportunidad. Ese es el primer pensamiento. Es natural y sano, porque nunca leeré nada de nadie que afirme que su primera idea es lo más original que ha salido de pluma alguna. Huye sin mirar atrás de los descubridores de la pólvora. El frasco de las esencias fue destapado hace mucho tiempo por hombres y mujeres mejores que tú, y sólo podemos intentar no hacer el ridículo, tocar nuestra canción sin afinar, esperar a que se apaguen los focos, y divertirnos.
Y para divertirse hay que esquivar con la mejor cintura posible a todos aquellos que hablan de lo que se debe escribir y sobre qué escribir. Esos que te ponen la mano en el brazo y te miran con ojos de matarife perdonavidas. «Esto es un topicazo, dedícate a otra cosa. ¿Por qué no escribes sobre otros temas? ¿No te das cuenta de que esto no es Literatura?» Literatura con ele mayúscula. Literatura de la buena, de la que ellos digan.
Después de siete novelas, y escribiendo estas palabras al borde de los cuarenta, me resbalan los toquecitos en el brazo y los salvapatrias literarios. Si esto es diversión, haz lo que te dé la gana. Lo que te salga de las tripas, lo que te ponga; ponle ganas, esfuérzate y piensa en ese lector que está saturado de oferta de ocio y que le ha dado una oportunidad a tu novela. Piensa en él y trabaja para hacer algo digno. Lo que quieras, pero digno. No hace falta desgarrar la gramática con piruetas estilísticas, ni querer tirar al suelo el micrófono del estilo con las gafas de sol puestas después de terminar la novela. Sólo cúrratelo, acaba, y no te comas la cabeza porque es sólo algo tan importante como la diversión.
Si vives en Albacete, y te gusta el género fantástico, podrás escribir sobre un medio orco llamado Flinnergan que vive en el Reino Quemado de Nordrond Norte y que está medio enamoriscado de un enano mercenario de la Muy Ilustre Compañía de Milicianos de Rosario. Siempre te encontrarás con el que te advierte de las nomenclaturas Tolkenianas y del uso de razas ya vistas. Vale, ¿y? Tal vez la misma persona te iluminará pidiéndote mayor esfuerzo en aspectos de originalidad mientras obvia esta crítica en otros productos como pelis, videojuegos, series o música. O no te leerá jamás. Te han puesto la etiqueta, amiguete. Y las etiquetas en internet son más duras que un cuerno.
O vives, no sé, en Orihuela y escribes novela negra sobre un detective llamado Johnson que trabaja en el Nueva York de los años treinta. ¡No! Aunque escribas bien, te documentes, tengas estilo y tu historia sea divertida, tendrás con bregar con eso de… Oye, oye, que esta persona es de Orihuela y escribe "anglosajonadas". ¿No os habéis dado cuenta? Pues sí, a lo mejor el autor conoce que no nació en Manhattan, ojo, pero nunca viene mal que alguien te señale el detalle.
Si te roban el origen de la novela, si te coartan tu propia imaginación, estás perdido. Estás en manos de gente que sólo busca la burla, el desprecio y el prejuicio.
El caso, y este es el meollo de todo, es que no importa. Vivimos en un mundo cada vez más pequeño, donde las influencias son brutales y las corrientes culturales, pese a fluir desde occidente casi siempre, sirven para enriquecer y entretener. Si tu novela está bien escrita y entretiene al lector, ¿qué más dará de dónde seas? A lo mejor te lee alguien de la otra punta del mundo y le importa entre cero y nada la procedencia del autor.
Como dicen las frases motivadoras: ¡Fuera complejos! Hazlo lo mejor que puedas, no te creas el puto amo, diviértete y que te quiten lo bailao.