jueves, 31 de mayo de 2018

La noche del ejecutor. El Paul Kersey de Paul Naschy








La noche del ejecutor (1992) es la respuesta española al fenómeno Death Wish. Respuesta que llegó dieciocho después de la película original, cuando el cine popular sobre venganzas había languidecido junto con el espíritu comercial de una cinematografía española más preocupada por sumarse al carro de las subvenciones que de mirar por el aspecto popular de sus productos.  La noche del ejecutor es otro vehículo de lucimiento para el elevado al mito Paul Naschy, que aquí firma guion, dirección y es papel protagonista. Un hombre orquesta en horas crepusculares que intentó una vez más conectar con el espectador acostumbrado a la visceralidad de las cintas de Michael Winner. Pero hecho en España. Y cañí.
                Ver La noche del ejecutor y hablar de ella es esquivar la inevitable risa tonta y el chiste fácil. La venganza del doctor Arranz en un Madrid de los tardíos ochenta, enfrentándose a chorizos de una palidez que rivaliza con los zombis de la Dawn of the Dead de Romero/Argento y con un vocabulario digno de Chicha, Tato y Clodoveo, es pasar poco más de hora y media con las cejas levantadas. “¡Vamos a montar un numerito que ni la Cicciolina!”, clama uno de los malos segundos antes de violar y estrangular a la hija del protagonista. Así no se puede uno meter en el drama. Así no.





Paul Naschy interpreta al doctor Arranz. Un prestigioso cirujano que está en un supermercado de barrio comprando lo necesario para la celebración de su cincuenta cumpleaños junto con su mujer y su hija post adolescente. Allí, entre arrumacos y sobrexposición de guion, es vigilado por un pálido malhechor que les ficha y les sigue junto con su pandilla de maleantes hasta su casa. Se masca la tragedia; y ésta se produce. Los delincuentes, no contentos con matar a la madre y a la hija, soltar cuanto comentario chanante posible y despejar una mesa con la pata de un jamón, le cortan la lengua al pobre doctor y lo dejan a su suerte.
                No saben el error que han cometido.





                A partir de ahí el doctor Hugo Arranz se entrena duro en la Casa de Campo, levanta pesas como sólo Jacinto Molina sabía hacer, lanza cuchillos que ni el de Antena 3 de los noventa y se convierte en un pistolero de puntería infalible. Si a esto añadimos una gabardina que esconde un cinturón cargado de cuchillos y un sombrero a lo Roscharch de Watchmen, tenemos al Ejecutor. Una figura más comiquera que su émulo Paul Kersey, más física y más infalible. Como dice Paloma Cela al personaje de Naschy en uno de esos parlamentos tan rompedores de la cuarta pared que provocan una carcajada, “qué buena planta tiene usted, que parece Marlon Brando. Pero no el de ahora, que se ha puesto muy gordo”.
                Pero el Ejecutor no está sólo, se rodea de una confidente como la ya comentada Paloma Cela, una madame que protagoniza las secuencias más cómicas gracias a unos diálogos que quieren ser costumbristas pero se acercan peligrosamente a la comedia bufa, una abogada que cambia de pensamiento cuando la violan, o un policía de pasado franquista, Manolo Zarzo, al que no le tiembla el pulso al tirar de revólver. A esto hay que añadir a las hermanas Valverde: una como villana de risa fácil y gesto sátiro y a la otra como empleada del hogar con sobredosis de inocencia. Ah, y la presentación de Sergio Molina, hijo del autor del film, en el papel de Roque, un niño sentencioso que tiene el final esperado y deseado por el espectador después de verle soltar sus frases con escaso acierto.
                Los villanos, sucios y paliduchos deshechos de esa sociedad española de jeringuilla en los parques y muertos vivientes vestidos con chándal, están reflejados más como remedos de los referentes norteamericanos que como lo que veíamos en las calles de cualquiera de nuestras ciudades. Todos ellos a las órdenes del asmático Cobra, una figura que apenas se nos muestra y que va acompañados de un inhalador y un llavero dorado en forma de serpiente. Un villano tremendamente comiquero que le da un toque más pulp si cabe a la película.





                Jacinto Molina indagó siempre en los posibles gustos del público y siempre volcó en sus películas una intención comercial de lo que él creía que el espectador quería ver. Y aquí dio justo lo que se esperaba de él: violencia, sordidez, tetas, y venganza. La noche del ejecutor cumple su objetivo y no deja lugar al engaño. Es torpe, pero su estructura arquetípica y lineal no aburre. Siempre pasan cosas. Siempre hay una escena de interés, ya sea por su desarrollo de comedia involuntaria, o por los diálogos impostados de los secundarios. Jacinto no. Jacinto no habla. Jacinto expresa su ira y la desata con la mandíbula apretada y los ojos inyectados en sangre. Impávido puede descerrajar un tiro en las tripas de un tipo apodado “Rambo” o atravesar un  ventanal con las manos en los bolsillos e interrumpir el visionado de Death Wish (oh, metacine) a dos de los personajes.
                Por supuesto, la película pasó sin pena ni gloria en el mercado doméstico y se vio relegada a pases de madrugada en las televisiones autonómicas. Frente a otras obras de Naschy más reverenciadas, La noche del ejecutor, quedó como un clon de combate de la saga Death Wish más que una obra autoral, cuando en mi opinión la película goza de una personalidad propia que la hace reivindicable en el subgénero de cine de venganzas. Máxime cuando es uno pocos exponentes puros de este tipo de cine.


martes, 29 de mayo de 2018

Han Solo, una película en un mundo donde no sabemos qué queremos













Hablar de una película de la franquicia Star Wars suele terminar en un jardín en el que la charla va más allá del resultado del visionado y el fango, el fandomita interior y las filias y fobias suelen taponar cualquier análisis medio racional. Facebook y Twitter son fábricas de titulares y de sentencias de pocas frases. Bramidos en el desierto, chillidos en la oreja virtual y juegos de a ver quién es el más listo, el más erudito o el que más sabe. Y de Star Wars todo el mundo sabe. Todo el mundo que sea un fan de verdad, claro.


Pues yo no tengo ni idea de cómo debería funcionar Star Wars en el cine. Pero ni idea. Es más, confieso que no soy cineasta ni experto en marketing, ni sé cómo llevar una franquicia. Esta confesión es verdaderamente fuerte, lo sé. Pero tenía que decirlo. Es más, me rebajo más aún y me abro la camisa para exponer que soy un elemento de la más baja estofa: soy un simple espectador sin voz ni voto.


Habéis flipado, ¿verdad?


Como yo hay muchos millones, aunque no lo parezca. Aunque estén todo el puñetero día diciendo cómo Disney/Marvel/Warner tendrían que llevar sus asuntos. Me gusta que las cosas me gusten. Me gusta ir al cine y salir con la sensación de que he pasado un buen rato. Una locura, ¿no?


Pues con la peli de Han Solo me lo he pasado bien. Dos horas de aventuras espaciales en las que todo parece cuadrar y no hay lugar para el aburrimiento. Han Solo es esa película que te la ves en cualquier momento y siempre entra bien porque sabes que nada chirría. De las que dan paz de espíritu. ¿Es previsible? Como una película de la vida de Jesucristo. Es un de A a B con su protagonista bisoño y algo inocentón que recibe palos vitales y le encaminan hacia la acidez del Han Solo que todos conocimos y amamos. Un Solo Año Cero con todos, pero todos, los ingredientes de un western, género que se amolda como ninguno a ese universo esquinado que es Star Wars sin los jedis, la Fuerza y la épica desmedida. Han Solo es la Espada & Brujería frente a la Alta Fantasía de las trilogías principales. Tiene su asalto al tren, su robo en la mina de oro, su fogata, sus duelos, su partida de cartas, su traición, su compañerismo de forajido… El guion de la familia Kasdan está hecho con escuadra y cartabón, como esas aventuras del juego de rol del dado de cinco que tanto gusto nos dieron en los ochenta y principios de los noventa, cuando SW era una saga en la que el material "canónico" caían con cuentagotas y vivíamos ávidos de nuevo material.


Que esa es otra. A mí que me ofrezcan todo el material posible. Digo que me ofrezcan, no que me metan por el culo. Somos libres de consumir las películas de SW, nadie te pone una pistola en la nuca y te lleva al cine. La saturación no existe cuando hay elección. Nadie está estrujando la gallina de los huevos de oro. Disney/Lucasfilm tiene una franquicia que ha cubierto la compra a George Lucas con creces gracias al apoyo/pasta de los fans. Incluso esos fans que echan espumarajos por la boca y van siete veces a ver el Episodio VIII aunque no les haya gustado. Cuando pasaron más de quince años entre un Episodio y otro nadie dijo: "qué bien, así hemos acumulado ganas. La vamos a disfrutar más". No. Dijeron: "¡Ya era hora! Cambiad SW con practicar sexo con alguien que os ponga mucho. ¿Os apetecería hacerlo cada lustro o cada año? Yo lo dejo ahí.


Vuelvo a la peli. Han Solo está firmada por Ron Howard. Un hombre asociado a la palabra artesano, tildado como un director cumplidor pero que no sorprende. Además, dicho así, como con cierto desprecio. Un director que lleva décadas haciendo películas de todo tipo, que tiene un Oscar pero al que se le recibe con un chasquido de lengua. Howard se puso el mono de trabajo y tuvo que terminar una película de otros en tiempo récord. Regrabar lo más grande y tener lista una película con la fecha de estreno marcada a fuego en el calendario de Lucasfilm. Y con un cambio de director de fotografía, de tono y de algunos actores. Olía a drama y a fracaso en el ambiente. El talifán se relamía ante la idea de un fiasco. Es raro cómo puedes desear que fracase un universo que tanto amas. Es para analizar en otro momento. La información, como digo, era adversa, y las previsiones funestas. Parece que la gente ha ido a ver la película con desgana, apáticos y con la escopeta cargada. La gente somos todos, recuerdo.


Pero veo la película y no me ofende nada (las pelis no ofenden, ni dan miedo las imágenes promocionales o los trailers. Lo que da miedo es la vida real). Está divertida. Y los actores hacen bien su trabajo. ¡Incluso Alden Ehrenreich! Que al pobre le habrán pitado los oídos desde hace meses. ¡Es que no es Harrison Ford! ¡No me jodas! ¿Sí? Cómo hubiera molado twitter en 1971 cuando se pasó del Bond de Connery al de Moore. Madre mía. ¿Y seguro que los directores de casting se habrán dado cuenta de que no es clavado a Ford? Mmmmm, qué sabrá esa gente. Qué sabrá Lucasfilm del negocio. No, ellos no saben nada. Lo sabes el talifán desde el sofá de su casa. Ese sí que sabe a quién escoger.


Y ahora, cuando la película está en las salas (algunas más oscuras que otras), y llevamos menos de una semana desde su estreno, nos damos cuenta de que Han Solo no nació para reventar taquillas y la palabra fracaso económico suena en los mentideros. Yo me quedo con el buen rato, con le previsibilidad de ver en imágenes lo que ya sabíamos, del oficio y de la sensación de ver una película clásica en un mundo donde no sabemos qué coño queremos.