martes, 21 de noviembre de 2017

Fantaghirò o las tardes de domingo en la cadena amiga






Hubo una época en la que consumimos mucha televisión sin más criterio que la escasez de oferta. Si el fin de semana estaba corto de alquileres de videoclub, no estabas por ahí jugando o sin deberes, te pasabas la tarde del domingo más tirado que un tanga delante de la tele. Y ahí estaba Telecinco, la cadena amiga, para rellenar ese hueco insondable que el preámbulo de la vuelta al colegio.

Y nos metían Fantaghirò hasta la colcha; con saña y alevosía. Y lo veíamos porque tenía algo hipnótico en esas calzas, ese tono pastel, esos fondos de cartón piedra, esa saturación... Era lo el anti Espada & Brujería pero lo veíamos porque era fantástico, más o menos.

Y buscando información me encuentro con cosillas que desconocía en aquellos tiempos. El director de esta serie (vendida en varias partes como películas independientes) fue Lamberto Bava. Sí, el hijo de Mario Bava; sí, el director de Demons. Sí, ese. Resulta que se dedicó desde 1991 al 96 dirigiendo Fantaghirò como si no hubiera un mañana. Y de la televisión italiana no ha salido. Fantaghirò era una producción Mediaset que adaptaba libremente la obra de ("ojocuidao") Italo Calvino "Fantaghirò persona bella", relato sobre una princesa guerrera que está clamando a gritos una nueva versión más moderna y "juegosdelhambrelializada". Pero claro, hablamos de Mediaset en los noventa, y eso significa darle la vuelta a lo hortera. Porque Fantaghirò es hortera hasta el vómito; lo intuíamos en la época, y ahora es un hecho que se te lanza a la cara y te mastica los ojos.

¿Y qué nos daba Fantaghirò? Pues las aventuras y desventuras de una princesa "troublemaker", bella y dispuesta, que se las tenía que ver un reino rival, el amor hacia el príncipe de dicho reino, una bruja malvada, un padre que no la entiende; travestismo a lo Mulan; duelos; caballeros blancos... Un variadito.

Todo muy recargado, muy sobreactuado, rodeado de una intensidad innecesaria. Sería el pariente italiano y borracho de "Érase una vez". Pero exitoso. Tanto como para venderla internacionalmente y dar pie a un lustro de Fantaghirò y cierto culto. Además de una serie de animación que produjo BRB y que no recuerdo que llegara a España.

Alessandra Martines era Fantaghirò, la de los bellos ojos y los ademanes belicosos; y Kim Rossi Stuart el bueno de Romualdo. guapo él como ninguno y recordado por otras producciones como Karate Kimura (toma ya); la otra estrella de la función y la que Telecinco puso en todos los anuncios fue la valkiria Brigitte Nielsen como malvadísima o nuestra Angela Molina como la Bruja Blanca. 

Mucho están tardando en un "remake" moderno.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Strangers Things volumen 2







Advierto que puede haber destripes. ¡Aviso!


Strangers Things es la última gallina de los huevos de oro de Netflix. O al menos, la más reciente, la que hace que la gente se eche colirio para soportar el maratón de nueve horas antes que nadie le reviente la vida contándole el final. Porque sí, porque el mundo está lleno de hijos de puta y muchos viven por y para las redes sociales. El caso es el caso, que he visto Stranger Things vol. 2 y la he disfrutado muchísimo. Así, sin más, sin muchos peros, si flecos, si poner la peguita que me hará parecer más sagaz, más inteligente, y más atractivo que la mayoría. Stranger Things vol. 2 es la elevación de la fórmula anterior; la verdadera receta mejorada de los anuncios de pan de molde; es el bocata de mantequilla y salchichón; es la expectativa encarnada del que disfrutó con la primera temporada.

Los hermanos Duffer han cogido todos los elementos que gustaron en el primer volumen y le han echado glutamato monosódico para doblar la sensación. ¿Un bicho parecido a Alien? ¿Has visto Aliens? ¿Dinámicas prepúberes? A tope de ellas. ¿Relaciones entre personajes teóricamente antagónicos? Pues nos dan varios. Más presupuesto, más ambición, más scope, más referencias, más planos calcados... y mejor historia. Quedarse con la idea de que Stranger Things es un batiburrillo de referencias a los ochenta y al modelo Amblin es quedarse en el bordecito de la piscina donde Barb se fue para no regresar jamás.

La mitomanía ochentera no es mala de por sí. Es parte de su tono, de su alma. Es como decir que Narcos no mola porque está llena de tíos chungos mal vestidos y la gente habla muy mal. Stranger Things es la coherencia hecha historia. No engaña a nadie, ni vende humo. Es una serie sobre un grupo de chavales que se enfrentan a un mal que nadie entiende en un pueblo de mala muerte. Punto. No hay más. No tenemos a Lindelof, ni vueltas de tuerca rompedoras. Es sota, caballo y rey en un mundo donde pedimos sofisticación pero no admitimos una historia sencilla, que no simple. 

Stranger Things tiene dinero en cada episodio, buenas interpretaciones, una historia interesante, y el aliño fácil del elemento conocido que te despierta una sonrisa. Tiene BSO electrónica y canciones que nos suenan, tiene un epílogo más largo que la resolución de la historia. Tiene a unos niños que sudan carisma y simpatía; tiene a los mejores mutantes que he visto en una pantalla, tiene muertes que te llegan y diálogos que no dan vergüenza ajena. Es la dignidad hecha televisión; y yo la he disfrutado. Ya la echaremos de menos, ya.

martes, 14 de noviembre de 2017

Los bingueros





El otro día "Los bingueros" fue trending topic, y por unos momentos, la comidilla en los mundos virtuales. ¿La razón? Su emisión, ya era hora, en la 2. Yo la grabé y la disfruté una vez más. Porque "Los bingueros" es más que una moda modernita y objeto de culto para aquellos que denostaron el cine de "destape" hasta que cuatro hispters decidieron hacerse una camiseta con la cara de Pajares y Esteso. Bueno, pero eso es otra historia. Y yo he venido a charlar un rato sobre el estreno español más taquillero del mejor año de la historia: 1979.

"Los bingueros" y su visionado necesitan un contexto histórico filosófico para su actual visionado, eso está claro. Pero más allá de eso, de su irreverencia e incorrección política, es una gran comedia. Y un retrato fiel de cierto tipo de elemento social que aún habita este país. Y si no, mirad a Pedro Vero o escuchad cualquier conversación de bar.

"Los bingueros" supuso la primera colaboración de Mariano Ozores, Fernando Esteso y Andrés Pajares en un triunvirato cómico que dominó los cines hasta que Pilar Miró les dejó, y los videoclubs hasta que el fin de este sistema de ocio. Si pillabas una oferta de tres VHS por trescientas pesetas, una de las cintas era de alguno de estos artistas o de los tres. Caían la noche del sábado, entre la de Bud Spencer o Charles Bronson. Era la peli del destape, de las tetitas, y del lote de reír. Era una garantía en un mundo donde veíamos el Un, Dos, Tres y quedaba algo lejos el descoque de las Mamma Ciccio. ¡Y no pasaba nada! Yo las veía con mis padres y no pasaba nada si salía tetas o algo más. ¡Era una de Esteso y Pajares! Ancha era Castilla.

"Los bingueros" cuenta la historia de Amadeo y Fermín, dos "tiesos" que encuentran en el bingo la posible solución a su pobreza. Salida rápida, fácil y engañosa a una situación llena de trabajos grises y colas del paro. Amadeo y Fermín son dos tipos como los que sigue habiendo; de los que quieres currar poco y no tienen problema en picar algo fuera de casa si se tercia. Dos tipos en un mundo lleno de incorrección política, expresiones imposibles hoy día y humor basado en el encontronazo, el enredo y el puro slapstick en algunas ocasiones. Escenas como la de la acupuntura o la del increíble ligoteo con travestis embarazados y encerronas para violarles, son casi ciencia ficción hoy día. El espectador poco acostumbrado se asombrará ante el lenguaje usado o la facilidad en insultar a homosexuales o discapacitados. Pero eso no quita que la película siga funcionando gracias al trabajo de los actores, y su vis cómica pura y dura. "Los bingueros" es tan cine español como cualquiera, tan o más digno que otros. Un intento de crear cierta industria ajena a las subvenciones, y que quiso despertar la risa de una España que necesitaba ver desnudos, reirse, olvidarse del presente y evadirse de la mejor forma que había en ese momento.

Nunca es tarde para volver a ese cine de destape, de videoclub, porque fue nuestro durante años, aunque ahora lo queramos negar.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Sombras tenebrosas. La serie.







Dark Shadows, Sombras Tenebrosas o Sombras en la Oscuridad en las traducciones al español, fue una serie diaria que se emitió durante cinco temporadas a finales de los años sesenta. Una serie que me fascina.

Tal vez conoceréis la fallida adaptación fílmica de Tim Burton estrenada hará unos años. Una película que organizaba las tramas de más de mil doscientos capítulos y sus personajes más famosos en un monstruo que no era nada protagonizado por un Johnnie Deep que se considera muy fan de la serie. Flaco favor le hicieron a una institución de la cultura popular televisiva estadounidense. 

Dark Shadows se consideraría dentro del American Gothic. Historias perturbadoras ambientadas en los Estados Unidos y que tienen sus raíces en la breve cosmología mítica iniciada por los colonos americanos. Un ejemplo fácil, Lovecraft. Dark Shadows nos narraba durante media hora cada día las tribulaciones de la familia Collins en un caserón de esa Maine tan amada y misteriosa, con sus muelles llenos de piélagos y humedad, sus bosques insondables, y sus gentes hoscas y sórdidas. Una temática que empezó más como un relato costumbrista y que ante el desinterés de la audiencia se tuvo que llenar de apariciones fantasmales, realidades alternativas y hombres lobos. ¡Y el primer vampiro carismático de la televisión! ¡Barnabás Collins!

Y todo ello a una sola toma, de prisa y corriendo, con actores que repetían papeles, poco medios y mucho mérito. La caña. Emitida desde mil novecientos setenta y siete al setenta y uno, se convirtió en un fenómeno de culto que ha vivido varias intentones de renacimiento a lo largo de los años sin mucho éxito. Dark Shadows es una rara avis que ha sido sepultada por titanes como Star Trek en el pódium de la nostalgia, que arrastra a unos seguidores minoritarios pero fieles y que sirvió de germen para otras obras como Buffy, por poner otro ejemplo fácil.

Hablaba de Barnabás Collins (Johnatan Frid), su principal personaje, aunque apareció en la segunda termporada. Un antihéroe romántico en toda su extensión. Un sanguinario caballero que vivió auténticas epopeyas a lo largo de centenares de episodios. Un icono medio olvidado.

Lamentablemente, Dark Shadows no está editada en España, ni se ha emitido en la televisión. Se pueden comprar packs americanos o ver algo en youtube. Merece la pena echarle un ojo para ver su encanto gótico, sus errores inocentes y su intensidad teatral. Que todo no es Doctor Who.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Leyendas del Mañana.






Hay series y películas nacidas para ser menospreciadas. Infravaloradas antes de nacer, se emiten con el estigma de la serie B y son consumidas de tapadillo, casi como pecado moral y mortal que no debe conocer nadie. Son series que se viven en secreto, como una depravación sexual. Es más, hay gente que antes confesaría una parafilia antes de reconocer que pierde su valioso tiempo en series como "Leyendas del Mañana". Para ponerse la tirita catalogan estos productos como "placeres culpables"; expresión que detesto porque me parece un ejercicio de cobardía por parte de gente que no sabe defender ni sus gustos ni su criterio.

En el infinito catálogo de series, plataformas, y formas de ver entretenimiento televisivo, podemos dejarnos tentar por todo tipo de géneros. Desde el policíaco de toda la vida, el culebrón, la serie intensa, el objeto de culto y las de siempre. Puedes tirarte por esa serie británica que han comentado en ese reportaje moderno de esa web tan exclusiva y ser el primero en comentarla para que te den la medalla invisible, o puedes ver la "purria" más generalista con cuidado de que nadie se entere.

Leyendas del Mañana podría clasificarse en esas series de las que nadie habla, porque es de superhéroes, no tiene el sello de calidad de webs o entendidos, y está dirigida a un público fan de otros productos como Arrow, Supergirl, Flash, o similares. Leyendas del Mañana es una serie del canal CW; por lo que está orientada a un público joven que busca caras bonitas, romanticismo y algo de emoción ligera. CW pilló los derechos de algunos personajes DC, y desde hace años se dedica a crear un universo propio ciertamente exitoso. Series que han generado ampollas a los puristas, con tramas que se pasan de intensitas y se eternizan, actuaciones discutibles y un interés por entretener encomiable. Capítulos de poco más de cuarenta minutos donde pasa de todo, aunque las tramas generales se estanquen. 

Y Leyendas del Mañana es la mejor de todas. Por varios motivos. El primero: no tiene reparos en volverse contra sus mismas reglas (los viajes del tiempo) si por ello la historia tira hacia adelante. Porque, ¡ah! es un serie de superhéroes que viajan por el tiempo en una nave llamada Waverider, capitaneada por un Amo del Tiempo inglés que quiere detener a un villano inmortal que asesinó a su familia. Y para ello recluta a un grupo de villanos y héroes para que le ayuden. ¡No son héroes, pero se convertirán en Leyendas! ¡Toma!

Se comenta que la premisa es el Doctor Who, y puede ser verdad, si el que lo dice no hubiera leído un cómic DC en su vida. Porque antes de Who es JSA, es Golden Age; es más DC que cualquier serie; y es más de todo eso de lo que puede tener de Doctor Who salvo algún guiño y que uno de los personajes fue compañero del Doctor.

Hawkgirl, Átomo, Capitán Frío, Ola de Calor, Canario Blanco, Rip Hunter... Peleas entre ellos, enamoramientos, conflictos morales... esta serie es lo más parecido a una grapa comiquera en formato televisivo. Y, además, tiene un formato más reducido: dieciséis episodios en contraposición a los veintidós de sus series amigas. Y se agradece. Es una serie ligera, divertida, bien hecha (Joe Dante dirige uno de los episodios de la primera temporada), desvergonzada y llena de guiños a los cómics y la cultura popular.

Pero nadie habla de ella, ni nadie reconocerá verla. No está de moda. Es como las películas de Adam Sandler en Neflix. Nadie las ve, pero él cobra veinticinco millones de dólares por cada una y siguen la racha.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Akira más de veinte años después.








Hay obras que marcan a una generación; tal vez de no forma visible, sino que implanta larvas que luego se desarrollan en otros productos o tendencias. A principios de los noventa llegó una ventolera de oriente a través de las ventanas abiertas de las televisiones autonómicas, sobre todo Cataluña, Galicia y Andalucía. Había una generación criada con los tebeso de Forum y Dr Slump que descubrió lo que llamaban el Manga. Dibujos animados, fotocopias y un ansia devoradora de contenido nipón que rozaba el salvajismo.

Y llegó Akira. Esa película que era lo más; lo puto mejor en animación; la flipada máxima aunque no nos enteráramos del todo. Todo molaba en ella; desde la música extraña, los diseños, la violencia brutal, y ese futuro que sólo habíamos intuido en otros animes o en cosas igual de ininteligibles para nuestra edad como Blade Runner.

Yo vi Akira demasiado pronto, quedé impactado por no la entendía bien. Se me escapaban esos niños/viejos, ¿de dónde venían? ¿Qué era Akira en realidad? Pero flipaba de todas formas. Y las imágenes se quedaron grabadas en mi cerebrito adolescente. A fuego. Más allá de la consciencia. Ahora que veo la película, con treinta y ocho años, me doy cuenta de lo importante que fue para mí la historia de Kaneda y Tetsuo. Una influencia que me ha acompañado en alguna de mis novelas (El hombre Spam bebe más de lo que puedo admitir), en cosas que he imaginado... en demasiadas cosas.

Otomo estrenó en mil novecientos ochenta y ocho una obra que se ha multiplicado en muchas más. Sin Akira no tendríamos Matrix o gran parte del ideario visual del ciberpunk. También sería otro Akira sin Blade Runner, pero eso es la pescadilla que se muerde la cola. Vista ahora, me encuentro con un filme mucho más asequible de lo que recordaba e igualmente impactante. La animación es brutal y digna de las loas que tuvo en su momento; el diseño sigue influyendo a cosas tan actuales como la nueva Ghost in the Shell o cualquier película medio futurista.

Akira es una historia de mutantes, de poder desbocado, de pandilleros, de amor y de poder en una ambientación post tercera guerra mundial en el año 2019. Es onírica y brutal, es poesía y filosofía. Es Japón urbano que mira hacia Occidente y le enseña cómo iba a ser el futuro en el mainstream. Y vista ahora sigue siendo así. Más de veinte años después, sueño de nuevo con Akira. Y vuelvo a flipar.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La ciudad no es para mí.







El otro día encontramos en el canal "SOMOS" esta película.Y mi hija de nueve años mostró un gran interés en verla. Le llamó la atención el blanco y negro, la estética, el vocabulario, las formas del protagonista. Ver su expresión fue muy llamativo. Y obviamente, la vimos. Y decidí comentarla. Es extraño, ¿no? Podría hablar de mil cosas antes de "La ciudad no es para mí". Porque lo suyo es comentar la última de Netflix, el libro de moda o la novedad en cómic. ¿Quién va a tener interés por leer algo sobre una película de las denominadas "españoladas"? Es que no pega, ¿verdad? No es moderno, ni va con la corriente.

Hablar de "La ciudad no es para mí" es hablar de Paco Martínez Soria, avatar mitológico del humor y el sentido común baturro; una figura que marcó a muchos espectadores, calificándolo como un abuelo lejano e intangible del que se reconocen y anticipan cada una de sus acción. Paco Martínez Soria fue un titán del teatro, donde disfrutaba de verdad, pero se hizo mito en el cine, y posteriormente en la televisión. Su presencia, dotada de astucia rural, humanidad y ese sentido común equivalente a una pedrada en la cara hacia el rostro de la pujante clase media urbana, se ha quedado grabada en el colectivo popular: mayor, con boina, poco atildado, afilado en sus comentarios y poseedor de una inteligencia aferrada a la costumbre y a ese término denostado que es el sentido común.

Y "La ciudad es para mí" es su mayor éxito. Esta adaptación de la obra teatral de Fernando Lázaro Carreter, fue el blockbuster de 1966. La película más taquillera de los sesenta. Un pelotazo que encumbró a un Paco Martínez Soria ya famoso en los escenarios. Cuenta la historia de Agustín Valverde, un viudo que visita a su hijo médico a Madrid, a causa de unas molestias de salud. Allí se encontrará con un conflicto matrimonial, una criada en problemas, una nieta ye-ye, una nuera cuasi adúltera y un hijo indolente... ¡Este es un trabajo para Paco!

Y la película aguanta en este 2017 resentido con el entretenimiento popular y resabiado. Y se mantiene porque está primorosamente bien escrita, bien dirigida por Pedro Lazaga, y los actores están sublimes. A Martínez Soria le acompañan rostros muy reconocidos como Alfredo Landa, Gracita Morales, José Sacristán, María Luisa Ponte o Sancho Gracia entre otros. Un All.Star. Y aguanta porque el humor metomentodo de Martínez Soria es humano, reconocible y socarrón. Humor baturro repleto de sinceridad y algo de ácido. ¡Qué aprenda House!

Ha sido una experiencia verla de nuevo. Volver, en cierta forma, a tiempos más grises e ilusorios, pero volver. Gran comedia española, de esa que se denosta y que no es recordada por nadie sino es para menospreciarla o dirigir la burla fácil e indocumentada. Una película que retrata una sociedad que no fue del todo pero que la gente quería ver en el cine. Gente rica enmendada por el hombre de pueblo que tiene la solución para todo. Gente como esa diáspora que recluía en la capital a comer sopa y salir adelante como podía, que huía de la pana en busca de la mejoría, del pisito y de las luces de la gran ciudad. Ese público existió, aunque nos olvidademos. Y estas películas, también. Hay que recordarlas.