domingo, 29 de octubre de 2017

El erial

Mi anterior y longevo Avatar



Un erial. Un páramo infinito en el que, de vez en cuando, veo el perfil nebuloso de un bloguero que sobrevive contra viento y marea, ajeno a todo. Así he visto el mundo bloguero, sobre todo relacionado con el cómic, después de mucho tiempo sin pinchar en enlaces o preocuparme de qué pasaba con ellos. He sido engullido por el tiempo en ese vórtice rápido de twitter o facebook. Un mundo nuevo lleno de comentarios fugaces y poco más de un párrafo que puede servir para reseñar cualquier cosa, o explicar el significado de la vida.

Me ha pasado lo que a muchos, que dejamos un mundo bloguero donde todo era más como un patio de vecinos: teníamos nuestros clásicos, nos conocíamos, no había más luchas que la discrepancia en temas concretos, y todos disfrutábamos de lo que hacíamos por amor al arte. Existía la llamada "blogosfera" o "tebeosfera" donde nos enterábamos de las noticias y leíamos reseñas de tebeos que iban más allá de los ciento cuarenta caracteres. ¡Increíble!

En ese mundo conocía a gente a los que sigo llamando amigos; y gente que, viendo el erial, lamento haberles perdido la pista. ¿Puede existir nostalgia por algo creado hace poco más de diez años y que ha sido casi evaporizado por otros medios? Yo digo sí. Pero hay tiempo para la esperanza, porque hay personas que quieren seguir contando sus cosas en blogger, wordpress o sus páginas web, que han visto que es la única parcela donde uno puede expresarse con más libertad de fondo y de forma. Se puede convertir este erial en un oasis casi personal.

Yo mismo he contribuido a destruir esta blogosfera, por inacción y por haber borrado mi anterior blog, El Blog de Ternin. Tenía más de mil entradas y de un plumazo han pasado al olvido. Lo hice movido por cuestiones personales y por no empatizar conmigo mismo en muchas de mis entradas. Se habrá perdido algo de "sabiduría" por ello, pero espero llenar este espacio con lo que pueda aportar a eso que llaman Cultura Pop.

¡Qué lástima de erial!

viernes, 27 de octubre de 2017

Wheelman





Netflix tiene un sistema de producción propio, y luego distribuye productos con su sello pese a que ellos no han puesto dinero en la financiación. Todo por llenar el "sandbox" de su catálogo, de darle carne al inmenso dragón del espectador que lo quiero todo para ayer. Y ese ansia por novedades, novedades, novedades, tenemos "Wheelman", la película.

Wheelman es una peli de lucimiento de Frank Grillo. ¿Y quién es? Es alguien que has visto en muchas películas y que ahora, sobrepasados los cincuenta, está teniendo su momento gracias a la amistad con Joe Carnahan y varias apariciones en películas taquilleras como Capitán América o la segunda y tercera de La Purga. Un tipo duro que te puede hacer de malo, de bueno, de hampón o de tipo normal que puede joderte la vida en un instante. Tal vez el mejor Punisher que no ha sido, pero eso es otra historia. 

El caso es que es una peli donde Grillo sale en cada plano. La película es él, sus gesto de piedra, sus tacos y sus "madarfakas". Siempre. En todo momento. Porque Wheelman es el Locke de Tom Hardy pero en plan Grand Theft Auto.

Es la historia de un conductor de atracos que pasa una noche muy puta desde que su jefe le pide que deje tirados a sus compañeros. Llamadas de teléfonos van, llamadas vienen, noche cerrada, algún tiroteo, mucho rollete Tarantino en los desafortunados diálogos, ritmo y una película que dura menos de hora y media. Y eso se agradece.

Porque esto es un mix de la comentada Locke, más Drive, más rollo Neo Noir. Desde los títulos de crédito que homenajean la tipografía y estilo de filmes de los setenta, hasta las escenas de acción breves, contundentes y alejadas de la pirotecnia y el montaje atropellados, Wheelman se deja ver, se disfruta y entretiene porque es tan clara en su propuesta que no queda sino disfrutarla.

Jeremy Rush dirige, sin tener mucho material previo, su propio guión. Un guión que enamoró a los amigos Grillo y Carnahan de tal manera que pusieron la pasta para rodar esta peli de coches y atracos que se frustran; una noche de walpurgis en una ciudad vacía y nocturna, que pretende emular el tono Michael Mann con resultados menores.

martes, 24 de octubre de 2017

Conan el asesino.





Ves la portada, el logo de Forum, el dibujo de Lee Bermejo, el formato grapa. ¿Y qué haces? Te lanzas como un bárbaro sediento de sangre. ¡Qué más da que cueste casi cinco euros! ¡Es Conan! ¡Es grapa!


Planeta Cómic edita en España la última serie sobre que cimmerio que ha publicado Dark Horse. Ha elegido bien después del éxito del tochal con el Conan de Windor Smith, una edición que demostró que Conan y nostalgia es el arma definitiva del Universo. ¿Y cómo está este tebeo?

Eso debería ser lo importante, el contenido. Conan el asesino es un tebeo guionizado por Cullen Bunn, estrella en Image y autor mediocre en Marvel. Un melón que puede salirte bien depende de la libertad y el ingenio del autor. Harrow County mola mil pero el algunos cómic que hizo para Marvel son carne de perro, por decir algo. Y a los lápices, el compatriota Sergio Dávila. Y lo primero que quiero decir es que el dibujo me ha gustado. Cumple las expectativas y es espectacular, sobre todo, en los grandes angulares y en los bien planificados combates. Eso sí, algunas viñetas no están a la altura de la media, como si el acabado no hubiera sido el adecuado. Pero mola, pese al resbalón en algunas expresiones. Es imperativo que el dibujo de un relanzamiento de Conan sea impactante, que llegue al lector, que ofrezca épica, metal y sangre. Y no es fácil hacerlo y cubrir expectativas.

Cullen Bunn nos mete en la vertiente mercenaria y caudilla de Conan. Un Conan que se arrastra por el desierto perseguido por sus enemigos en los primeros compasas del tebeos. A partir de ahí Bunn nos mete en una trama sobadísima sobre hermanos enfrentados, traiciones y enemigos ocultos. Una historia vista tres millones de veces y que no está aderezada con ningún detalle que la haga sobresalir de aventuras previas. Busiek, y sobre todo, Truman supieron hacer una joya con el material de Howard y con el propio; veremos si Bunn, que empezará a recrear relatos de Howard más adelante, sale de lo rutinario y nos da ese Conan asesino y vibrante que tanto echamos de menos, y sólo encontramos en los imprescindibles tomos de Conan Rey de Giorello y Truman. Además, me ha parecido tramposo el "homenaje" al estilo Thomas; porque si lo vas a hacer, o lo haces durante todo el tebeo o no lo haces. Bunn usa los habituales textos de apoyo propios de Roy Thomas durante las primeras páginas para, más tarde, olvidarse del recurso y seguir con un guión moderno. Como si fuera una broma, o una imposición, o un homenaje fatuo.

No está a la altura de series como La Leyenda, o Mercenario, pero no puedo decir que sea un mal tebeo. Facilón, chapado a la antigua y acomodaticio en su inicio, sí, pero quedan números para esperar que este Conan el asesino sea algo más que otro homenaje revisionista.


lunes, 23 de octubre de 2017

Umberto Lenzi y la nostalgia de lo que no fue.



Humprey Humbert fue otro de sus nombres



Puede ser Lenzi o cualquiera que haya realizado obras en esa época "jartible" que son los setenta u ochenta. Umberto Lenzi falleció hace unos días. ¿Y quién es Umberto Lenzi? Pues un maestro, dirán algunos, un obrero del cine de explotación, dirán otros. Un trabajador del cine, susurrarán algunos, dándole la equivalencia de un apestado para el Séptimo Arte. Porque Lenzi era un rey de las sesiones dobles, del videoclub, de los que se quedaban con ganas de más después de ver el éxito de rigor, y un mito del cine de explotación.

Lenzi dirigió sesenta y cinco películas, muchas de ella bajo pseudónimo, y tocó todos los palos del llamado cine popular. Desde el giallo, pasando por el policíaco italiano, el terror, la acción, el thriller, bélico, peplum... De todo. Y todo rápido, cumpliendo con lo que pedía el público y los productores. Un trabajador, sí, y cumplidor.






Lenzi ha muerto y sólo le recuerdan los aficionados al fantaterror y los mitómanos del videoclub; los que le oyeron de pasada cuando Tarantino le nombró, o eso dicen, como uno de sus referentes, y se fliparon porque Quentin se flipó. Gente que alucina con el póster de la peli pero jamás la ha visto. Gente que vive una nostalgia que no fue la suya porque no vio una de Lenzi hasta que no empezó a tener canas en los huevos, pero que ahí están los primeros entonando el ¡que se acabe el 2017 ya, Dios Mío! o van a los certámenes para aclamar a "Il maestro". Lenzi es otro icono más de esa nostalgia ochentera que no vivió casi nadie. Yo no tuve mi cuarto lleno de pósters de películas recién estrenadas, ni pedaleé hacia el ocaso en mi bicicleta trucada. Yo era de chándal de rayas y el TP, de cómics Forum y balonazos de cuero malo en la cara; pero no fui un Goonie ni vi todas las de Lenzi en su momento. 

Umberto es otro ídolo de la nostalgia que no existió en nuestro país. Y parafraseando a Víctor Olid: "si quieres saber cómo era la juventud ochentera mira el público de los conciertos de Hombres G en Sufre, mamón." No fuimos goonies. Ninguno. Ni tampoco flipamos con "La invasión de los hombres atómicos" hasta que no cumplimos los treinta. No nos engañemos.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Antonio Banderas es un héroe de videoclub en "Security"






Bueno, de videoclub no, de VOD, o mejor dicho, NETFLIX. "Security" es una de esas pelis que salen en Netlfix y que parecen formar parte de un cajón de novedades que se introducen en el sistema casi de tapadillo, producciones modestas que no tendrían jamás un recorrido en salas y que no tienen rentabilidad más allá de las plataformas de contenidos o las televisiones. El género de acción está de capa caída para el público generalistas. La acción como género cinematográfico está polarizada entre el gran blockbuster o el producto Millenium, la nueva CANNON sin lugar a dudas.

Pues de Millenium es esta "Security", el nuevo "vehículo de lucimiento" (sic) de Antonio Banderas. Nuestro zorro, nuestro Rodolfo Valentino de finales del Siglo XXI. Antonio Banderas se sumerge hasta las cachas en la moda de viejas glorias, de crepusculares action heroes, de saldo. Todos a las sombras de los Liam Nesson y, en menor medida, Stallones y "Chuaches". Banderas ni estan viejo ni es tan gloria; se subió al carro en Los Mercenarios 3, donde compuso un legionario/alivio cómico que pretendía ser un revulsivo en una "saga" que murió antes de consolidarse; pero ahí estaba nuestro Banderas, con más de cincuenta y dándolo todo por hacerse ver dentro de un cine que ya no es el suyo. Y con "Security" lo vuelve a intentar.

"Security" podría estar escrita en 1989, y rodada en el mismo año. Es la historia más tópica imaginable, un cliché de menos de noventa minutos que se ve con una sonrisa pero sin aburrirse, que ya es mucho. Rodada en Bulgaria, nos mete en la piel de Eduardo, "Eddie", Deacon, un capitán de las fuerzas especiales que llega a un puesto de guardia nocturno en un centro comercial cochambroso. Poco se aporta sobre el personaje, poco más que ciertos ramalazos como una familia que le espera y el vacío típico del ex combatiente que lo da todo por la Patria y se ve apartado del mundo civil. Todo muy esquemático, sí, pero esta peli no es Rambo, ni El Cazador; es Millenium, es Bulgaria, es videoclub. Por tanto, llegamos al centro comercial, y por casualidades de la trama tenemos a un pequeño grupo de personajes de usar y tirar asediados por unos mercenarios hipervitaminados. Y todo ello por culpa de la subtrama de la niña pequeña que es testigo de los U. S. Marshalls y que tiene que ser salvado por nuestro Banderas. El que espere "Asalto a la Comisaría 13" se va a llevar un chasco porque esto huele más a un Jungla de Cristal pasado de cocción que a otra cosa. Es carne de nostalgia de género, que la intentona de ofrecer algo nuevo y con empaque.

Noventa minutos, o menos, de acción muy bien llevada por su director, Alain Desrochers, un veterano director de acción europea, que sabe mostrar los tiroteos y las peleas sin seguir la moda del mono llevando la cámara. El villano es un Sir Ben Kingsley en piloto automático que declama sus líneas con la sonrisa torcida y los ojos sobrecargados de rimmel. ¿Que echo en falta en "Security"? Le falta picardía, diálogos, sentencias y chispa. Si vas a tirarte a la piscina del exploit barriobajero rodado en un centro comercial de cartón piedra, pues lánzate a tope y haz que los personajes se lo pasen bien. Todo es muy serio, muy intensito, muy crepuscular, cuando la peli no pide eso. Culpa de los guionistas habituales de Millenium: Tony Mosher y John Sullivan.

Pero mola, se deja ver, y nos anticipa a un Banderas que se tira definitivamente al barro con su siguiente producción, Millenium por supuesto, "Actos de Venganza", del especialista en dirigir hostias como panes, Isaac Fiorentine.

Veremos, veremos,

martes, 10 de octubre de 2017

Carter, de Ted Lewis




Sinopsis ofrecida por la editorial:

Jack Carter, principal sicario de los mafiosos londinenses Les y Gerald Fletcher, regresa a su ciudad natal en el norte de Inglaterra tras ocho años de ausencia. La última vez que estuvo allí fue para enterrar a su padre, y ahora vuelve para el funeral de su hermano Frank. Según la policía, la muerte de Frank fue accidental: su coche se despeñó por un precipicio con él borracho al volante. Pero Jack, que conocía bien a su hermano a pesar de la mala relación que mantenían, sospecha de la versión oficial y comienza a interrogar a todos aquellos que conocían a Frank. Las preguntas de Jack incomodarán a los peces gordos de la zona y a sus aliados en Londres, los hermanos Fletcher. Todos ellos tratarán de subir a Jack en el primer tren con destino a la capital, pero este no renunciará a averiguar la verdad sobre la muerte de su hermano -y a vengarse de los que lo mataron-, aunque le cueste el trabajo y quizás la vida. Ambientada en una gris y opresiva ciudad siderúrgica del norte de Inglaterra a finales de los años sesenta, "Carter" está considerada la obra fundacional de la novela criminal británica moderna y su adaptación cinematográfica, con Michael Caine interpretando a Jack Carter, es hoy en día una película de culto.



Carter, editorial Sajalín, es de esas lecturas que se disfrutan desde la envidia; desde el resquemor de autor que se ve superado en cada oración, en cada descripción y diálogo. Leer Carter es enfrentarse a la idea de que por mucho que quiera innovar hay escritores ya fallecidos que han marcado territorio. Es una cura de humildad, y sobre todo, una gozada.

Ya conocía a Jack Carter; le había visto caminar por una playa negra a la caza de un pobre desgraciado, o lo había visto empinar el codo en un pub. Se parecía mucho a Michael Caine, era clavadito a él, la verdad. Pero no había leído su historia, ni la de su hermano, ni la de ese pueblo del Norte de Inglaterra que se te mete por la nariz. Y no son olores fáciles.

Jack Carter es un sicario, o eso dicen los personajes que le conocen. Un tipo que es alguien más allá de para quién trabaja. Es uno de esos nombres que se dicen en cualquier conversación precedida de unos prolegómenos sangrientos. Entre tragos, su nombre aparece y desaparece como las cartas en un partida de póker.

Ted Lewis supo construir un personaje memorable a través de lo que dicen y, sobre todo, intuyen los demás. Carter crece conforme pasan los capítulos y se determina por sus actos, sus palabras y sus decisiones. Es puro género destilado y tamizado. Filtrado como ese té que toman entre lingotazo y lingotazo de whisky. Porque estamos en el Reino Unido más deprimente que puede imaginarse. Ese mundo post Segunda Guerra Mundial donde la tradición y las maneras ha dejado paso al detritus industrial, los edificios sociales y la mierda que se escondía bajo la moqueta ha salido a la luz. Y qué mejor que un hombre sin escrúpulos para llevarnos del cogote por ese mundo.

Lewis nos trae el gris y la humedad de la lluvia, nos deja que sintamos la lluvia calándonos los calcetines y el regusto del licor de la noche anterior en la trastienda de la boca.  Es una novela de venganza, no puede ser de otra manera, de redención velada, y de malas personas. Demasiados malas y demasiado ciegas. No hay blancos y negros, todo es gris, como esa lluvia que llovía. Palabra de Ted Lewis.

viernes, 6 de octubre de 2017

Déjame salir





El cine se alimenta de ciclos, de reinvenciones y de modas. La gente se rasga las vestiduras porque se hacen remakes como si eso fuera un invento de la última década. Remakes, reboot, adaptaciones, el "experto" cinéfilo pronuncia las palabras con el morrito fruncido, como si le hubieran colado un vino picado en lugar del manjar que merece.

Lo mismo pasa con los géneros. Suele decirse que ciertos géneros se ponen de moda, y hay que entender que moda suele ser éxito económico y de público y profusión de películas afines. Pues uno de esos géneros que nunca han pasado de moda es el de terror. El cine de terror existe desde que el cine es cine, desde que el público decidió perturbarse en las salas o en el sofá. Pero, claro, estamos en la moda del cine de terror. Una moda que lleva toda la vida y con la cartelera, las VOD y similares llenas de producciones de ese tipo. Y al igual que el terror siempre ha estado, está y estará presente en nuestras pantallas, estará su afán por retratar la sociedad que la rodea.

Y "Get Out", o "Déjame salir" es un ejemplo perfecto de ese terror/denuncia que tanto ha popularizado series como Black Mirror o antaño Twilight Zone o "Historias para no dormir". ¡Amigos, no todo se ha inventado ahora!. Jordan Peele, autor del libreto y director de la cinta, nos cuenta una fábula inquietante sobre la raza, lo políticamente correcto y los prejuicios. Un "Adivina quién viene a cenar esta noche" que se va de madre. Sidney Poitier en plan destroyer, vaya. "Get Out" es la vuelta de tuerca a la comedia de desenredo y racismo disfrazado amabilidad y candidez. Estamos en el 2017 y la gente ya ha captado el estereotipo atacado con condescendencia. Ahora el mensaje debe ser más potente, más directo. Y Jordan Peele, criado en la televisión, tiene la receta para que nos comamos un episodio estirado de la Dimensión Desconocida.

Chris Washington (actor que ya prueba el lado chungo de la ficción en Black Mirror) es un artista negro que tiene una novia blanca, Rose (Allison Williams, que personifica el cliché de blanca de clase media alta, guapa y bienintencionada). Ella le invita a casa de sus padres para pasar el fin de semana y presentarle; pero, ¡oh! los padres no saben que él es negro.La premisa es esa y sobre ese camino transcurrirá una historia que se mete hasta los codos en la ciencia ficción, en el concepto de mad doctor y en el yellow boy del siglo XXI. Un juego de situaciones de apariencia extraña que, como buen thriller, va acumulando tensión a la espera de la traca final. El lado positivo es que Jordan Peele no se muere por demostrarnos lo buen director que es y nos cuenta la historia sin alardes ni pasadas de frenada. El guión está medido y ves llegar el susto y los giros sin enfadarte y la obra se hace divertida y, sobre todo, muy entretenida. Todos los actores están bien, la factura técnica se escapa de lo que podría ser un telefilme de sobremesa, y al final, en el susto final, la sonrisa es lo que cuenta.

Es el cine que nos merecemos ahora, el que gusta y llena salas. Producciones poco costosas que llenan cines (cinco millones de presupuesto y casi doscientos recaudados en todo el mundo) con historias que remiten a la realidad pero la retuercen. Al chico del barrio le podría pasar, y los blancos lo vemos como una metáfora muy bien masticada.

No es un cine valiente ni transgesor, es una historia que pretende generar incomodidad, que está muy bien realizada y que se olvidará con cierta rapidez hasta el siguiente Black Mirror que nos haga parecer más inteligentes de lo que de verdad somos.

jueves, 5 de octubre de 2017

En tiempos oscuros.

La alarma, el miedo y el desasosiego son más rápidos que la mecha más cebada. El miedo puede recorrer cuerpos, kilómetros, mentes y conciencias a la velocidad de un parpadeo. Antes, el terror llegaba en forma de parte radiofónico, de letras impresas o del vocerío del que recorre los pueblos con el mal agüero, ahora llega en forma de vídeo compartido, tertuliano televisivo o el maldito clickbait de un periódico digital. Diferentes medios e igual resultado.

Vivimos en un mundo que se va aletargando, en un primer mundo que cada vez es más cómodo porque nos permite construir armaduras y rodearnos del pensamiento amable y concordante con uno mismo. Escapamos de todo cierta sensación de huida atropellada, como ese ejército que se sabe derrotado y no es capaz de replegarse con el mínimo orden. Así somos, leemos lo que que escogemos leer, vemos lo que el morbo nos pide ver y opinamos entre iguales o con la intención de incendiar unos pastos ya quemados. Y somos felices porque nos creemos ganadores. Vencedores morales de una guerra contra el prójimo. Criticamos, opinamos sin saber y nos rasgamos las vestiduras si el "otro" comete la barbaridad de opinar de diferente forma. El criterio no existe porque no se permite. El diálogo es un término que se exige al gobernante pero que nosotros no empleamos en la vida diaria. ¡Qué dialoguen! Mientras bloqueamos en las redes sociales al que no piensa como nosotros.

Somos nuestro peor ejemplo y la causa de todos nuestros males, pero vivimos tranquilos porque la responsabilidad es del que está arriba, al lado o detrás nuestro. Y vivimos en tiempos oscuros. No por lo que pase, sino por la manera que tendremos de afrontarlo. Creemos tener el destino de naciones en nuestras manos porque tenemos una bandera comprada en un chino y la enarbolamos con la energía del que cree que defendiendo la Patria verá su futuro solucionado. Somos unos ilusos que hablamos de unidad y ocupación porque no hemos hecho otra cosa que ver películas y ser ajenos a lo que ocurre en el resto del mundo; en lugares que sí están jodidos de verdad. Aquí tenemos datos en el móvil, neveras llenas, Netflix y asistencia médica, pero seguimos quejándonos por todo y de todos.

Son tiempos oscuros en los que sumergirse en la Cultura es una opción más. De cobardes, de ciegos, de equidistantes... pero no más que los que pasan sus horas pendientes de lo que dicen los demás, de quemar las redes al mismo ritmo que se queman las neuronas. ¿Quién es el cobarde en estos tiempos oscuros?

miércoles, 4 de octubre de 2017

Un acto retro

Crear un blog a estas alturas es el equivalente en internet a abrir un videoclub o comprarse una Polaroid. Son actos casi nostálgicos, retro. En pocos años ver un texto que vaya más allá del párrafo es un proceso intelectual que requiere un esfuerzo. Un vídeo es lo más fácil, un pequeño texto es deseable; todo debe ser rápido, inmediato y directo. Es la patada en la boca intelectual; el chute en vena rápido, y a otro cosa que el mundo no se para y hay mucho contenido que asimilar. Todos lo hacemos, yo el primero. Dirán que es el curso de los tiempos y que la tecnología nos avasalla, que lo mejor es rendirse. ¡Únete al Sistema!

Leer un blog supone ponerse un vinilo en una habitación con las persianas bajadas o tomarse una cerveza sin mirar el móvil cada veinte segundos. Un blog es un lugar de encuentro cultural, o lo solía ser, un sitio donde se acumula la información sobre cualquier tema: cine, cómic, libros, cocina... Cualquier cosa puede ser contada en un blog. A mí me encanta leerlo, seguirlos, vivirlos, ver como sobreviven ante la tentación de medios más expeditivos como Facebook o Twitter. Pero todos sabemos cómo pueden ser las redes sociales y un blog ofrece otro tipo de experiencia; más unidireccional tal vez, pero más completa y meditada con unos caracteres encajonados o una foto con comentario.

Hace poco le di la extramaunción a mi blog. El blog de Ternin, un dinosaurio creado en 2006 que se moría por el desuso y mi falta de interés. Lo borré después de darme cuenta de que, más allá de su valor como diario personal, no coincidía casi en nada con mi forma de ser actual. Era un blog destinado al cómic básicamente, un cajón de juegos donde hacía las cosas apenas sin meditarlas; una escritura automática en plena vorágine de los blogs. Algo que se ha perdido para siempre. Y ahora retomo la actividad bloguera porque estoy cansado de otros medios y sigo con la intención de expresarme, o simplemente contar con más detalle asuntos que me interesan.

Y sin más, estas son las Letras de Serie B. ¡Energía!