martes, 26 de diciembre de 2017

Bright. La película que ya no nos merecemos







Esto es un mundo alternativo.

En 1983, Eddie Murphy y Nick Nolte volvieron a unirse tras "Límite 48 horas", a la órdenes, de nuevo, de Walter Hill. Una nueva buddy movie con elementos fantásticos. Dos polis, un humano (Eddie Murphy con sus habituales ripios) y otro orco (un Nick Nolte escondido tras un aparatoso maquillaje obra de un casi novato Stan Winston) que tienen que hacer equipo en un mundo lleno de elementos de la fantasía heróico: hadas, brujas, elfos y dragones. La peli, como todo el mundo sabe, se llamó Bright y hoy día está considerada como una película de culto entre los criados en los ochenta y la generación del videoclub.

El mundo real.

Año 2017, vivimos el Episodio VIII, existen plataformas con miles de contenidos, todos tenemos opinión en internet y los criados en los ochenta somos tildados de fanboys, "jeiter", rancios o pollaviejas. Vivimos en un mundo un poco gilipollas, la verdad. A finales de año, Netflix estrena Bright, su primer blockbuster en streaming, dentro de la cuota y disponible para cuando a uno le dé la gana. Ochenta millones de presupuesto y Will Smith como cabeza de cartel. Dirige David Ayer, un especialista en thrillers urbanos y acción cruda que viene de dirigir una película que no le ha gustado a casi nadie pero ha hecho casi ochocientos millones en taquilla, Escuadrón Suicida. Escribe Max Landis, autor hijo de ESE Landis y que tiene en su haber cosas como Chronicle o la serie de culto Dick Gently, también para Netflix.

Como decía más arriba, Bright es una buddy movie que explora mediante una persecución urbana un universo alternativo donde hace dos mil años varias razas se unieron para derrocar al Señor Oscuro. Enanos (no se ven en pantalla pero se hace alusión a ellos), elfos, orcos, humanos, comparten la ciudad de Los Ángeles junto a centauros, hadas o dragones. Una mezcla que es más Shadowrun que la trillada Alien Nación y que fuerza una alegoría sobre el racismo y la diversidad que sigue estando vigente a estas alturas.

Bright está bien hecha, bien fotografiada, bien interpretada, y tiene un guión entretenido. No es una mala película en absoluto, ni siquiera es una mediocridad. Es una peli de polis buenos contra polis corruptos llena de conceptos chulos, escenas de acción que se ven, posibilidades y humor mil veces empleado en otras producciones laureadas y mitificadas. Pero para muchos espectadores es un meh, un bluff, algo que despreciar. ¿Por qué? Me mojo, ¿vale? Porque Bright solo necesita un click en el menú de Netflix, porque no es una franquicia de superhéroes, porque puedes pasar a otra cosas, porque en sólo con que un tipo en twitter diga que la peli es una copia de Alien Nación ya es mala; porque Will Smith es un árbol que empieza a caerse, y ya sabemos qué les ocurre a los árboles que caen, porque es del director del Escuadrón Suicida y además se le acusa de firmar un guión que no es ni suyo. Alien Nación maneja un concepto similar en lo que se refiere a la confrontación de especies entre dos seres que tienen que trabajar juntos, sí, pero Bright es ambiciosa en su universo, y está más cerca del rol polivalente que del drama alienígena. En Bright vemos esquinas y opciones por explorar en lo que podría haber sido una más de polis buenos contra el mundo. 

Yo me he quedado con ganas de más. De más de ese humor confortable y manido, de más elfos killers y orcos pandilleros (los latinos de este mundo), de dragones que cortan la luna en Los Ángeles, de varitas que conceden deseos y de agentes federales con las orejas puntiagudas. Bright supera el cliché con buen hacer sin abrazarse a ninguna licencia. ¿De verdad queremos cosas nuevas?

jueves, 21 de diciembre de 2017

Supernova, el fin del universo.






Ahora habrá motivos de queja, pero el final de los años noventa y el principio de los dos mil fueron canelita para el cine comercial Y como es poco popular y en realidad nadie lo ha pedido, estoy haciéndome un ciclo de cine de esa época que me está dejando el cuerpo fino, fino.

Empiezo con un fracasazo de la MGM que se estrenó en el año dos mil pese haberse rodado con muchas fatigas en el noventa y ocho: Supernova, el fin del Universo. La apostilla de "el fin del universo" se pondría para diferenciarla de la otra Supernova de Marta Sánchez; película que no entiendo cómo no es de culto ahora que hay gente empeñada en reivindicar verdadera ponzoña. Pero esa es otra historia que NO merece ser contada.

Vuelvo a Supernova, la americana, la menos mala. Supernova está firmada por un tal Thomas Lee, que es lo mismo que firmarla como Alan Smithtee, o lo mismo que decir que su director tiene la vergüenza suficiente como para no querer verse envuelto en esta movida. Pero el que inicio la historia no es otro que el grandísimo Walter Hill con una historia del experto en chucherías de serie B William Malone y el experto en efectos especiales Daniel Chuba. Y escrita por David C Wilson, que también ha firmado, entre un par de cosas más, Arma Perfecta. ¡Toma ya! Me imagino a Walter Hill pensando en hacer una epopeya de acción sideral oscura, adulta, un thriller espacial con fuste y potencia... Hill estuvo en el proyecto de Alien desde el primer momento, y algo debería saber sobre claustrofobia y tensión cósmicos. 

El resultado, como se suele decir, te sorprenderá.

Supernova cuenta, o eso es lo que se ve en la peli, la última aventura de la nave de rescate médico, Nightingale. Como suele pasar, reciben una llamada de auxilio y se lanzan al rescate perdiendo por el camino a su capitán y metiéndose de cabeza al ladito de un sol a punto de explotar. Además de rescatar a un tipo con aviesas intenciones y un objeto de la disformidad. ¡Yeahhhh! Supernova es la prima olvidada de esa peli que todos alaban como objeto de culto que es Horizonte Final. Coinciden en algunas tramasy la primera hace buena a la otra. Supernova es una película a medio cocer, saturada de filtros azules y efectos especiales a medio hacer; llena de planos inclinados, montaje dispar (recordar que Coppola cobró un millón de dólares por montarla y Jack Sholder estuvo en el rodaje porque Hill fue despedido por no querer seguir rodando con menos pasta), y la sensación de que esto no es lo que estaba en el guión.

La tripulación es un James Spader que quiere ser Han Solo; Angela Basset perdidísima, Robin Tunney con furor uterino, Lou Diamond Phillips con ataque de cuernos, Wilson Cruz antes de entrar en la Discovery, y Peter Facinelli como el villano de la disformidad. También sale un Robert Foster recién rescatado por Tarantino y un robot vestido de aviador.

Un fracaso descomunal que costó más de la cuenta y no luce en pantalla. Un filme olvidado por casi todos que se puede ver como una curiosidad de fin de siglo a la que hay poco que rescatar. Una de esas pelis que sólo sirven para que un tipo como yo hable en su blog en este dos mil diecisiete que se acaba.

domingo, 17 de diciembre de 2017

El concursante de la camiseta del Capitán América.






Hace unos días vi una imagen de un concursante de un programa de televisión pulular por las redes sociales con encabezados como "si buscas la palabra tonto en el diccionario sale este tío", o "postureo", y otras calificaciones más duras. La gracia de la imagen era que el concursante llevaba una camiseta del Capitán América y una de las preguntas, que como ya sabéis falló, aludía directamente al cargo de dicho capitán dentro de Los Vengadores. Ese fallo ha supuesto el cachondeo, la mofa y el pitorreo de decenas de grupos de facebook, el análisis de las conductas filosófico/comerciales de llevar camisetas de superhéroes si no eres fan de ellos, y el mismo pitorreo en redes más agresivas como Twitter.

Esa imagen y las consecuentes burlas de aficionados (muchos, muchísimos), me ha llevado a pensar que el fandom, el frikismo, el nerd, el geek, o como quiera etiquetarse, no tiene más relevancia moral que un club de fútbol, una banda de moteros o una agrupación belenista. Ese friki que se parte la camiseta con la portada del número 143 de Uncanny X-Men si alguien se mete con su afición; ese friki que exige el respeto de la sociedad y la normalización de sus aficiones, puede convertirse en un matón más: un tipo que se ríe a carcajadas de un chaval que no conoce de nada pero que se merece su carcajada porque ha osado elegir una vestimenta que no es la adecuada.

¡Postureo! Dicen algunos. Sería postureo si ese concursante antes de fallar la pregunta hubiera dicho que era aficionado a los cómics, que era un miembro del grupo... pero no, no dijo nada de eso. Su pecado mortal es haber ido al Primark, haber visto una camiseta con un logo guay y elegir esa prenda para ir a un concurso de la tele de marcado tono informal.

El friki pide que se le respete, que nadie se meta con él. Está legitimado por la actualidad, por el éxito de Marvel/Disney en el cine, por discursos de Will Weathon diciendo que bastante sufrimos en el cole, que ahora dominamos el mundo, que estamos por encima porque somos los hijos de la cultura pop. Y una mierda.

El aficionado a los superhéroes, a Star Wars o a lo que sea, puede ser tan hijo de perra como cualquiera. Y se demuestra con estas actitudes. Con esas antorchas y esos insultos que se dicen desde el parapeto del móvil. Respecto cero por parte de miembros del fandom que exigen carnets de friki como quien pide una vida laboral.

Recuerdo hace años, en las extintas jornadas del Cómic de Sevilla, una anécdota que hizo darme cuenta de que el clasismo impera sobre todo en las gilipolleces. Estaba allí a lo mío con una camiseta roja con el símbolo de Flash. Tuve esa camiseta varios años, me la hizo un amigo, y me molaba llevarla. Pues resulta que hablando con otro aficionado, éste colocó la punta de su índice sobre el logo de Flash y dijo algo como esto: "¿Ves? Cualquiera puede llevar una camiseta como ésta y llamarse friki. La verdadera es la camiseta con un mensaje que no entienda la gente "normal". Esta no vale."

Nos merecemos todo el desprecio de la gente "normal" con cosas como el pecado mortal del "tonto" que cometió la desfachatez de ponerse una camiseta de una tribu que no le pertenecía. Somos manada.

martes, 12 de diciembre de 2017

Pequeña elucubración sobre el inminente Episodio VIII







Desde hace dos años, y hasta que la empresa del ratón lo diga, las Navidades tienen otro acicate más, al menos para mí: una nueva película de Star Wars. Yo viví la sequía entre la primera trilogía y la segunda, me ilusioné en ese final de los noventa con el Episodio I, mantuve la frente alta con el II y el III, y me consolé con no tener más películas sobre la Saga. Aprendí a vivir en el Universo Expandido, a merodear por sus novelas y cómics, a soñar con galaxias lejanas. Star Wars, los cómics Marvel y DC, libros, cualquier tipo de cine... todo suma. Pero Star Wars es uno de mis puntos débiles. Para otros es el rap, el death metal, Lovecraft o Star Trek. Todo es respetable si se ama.

Hasta que llegó lo que llegó: una ciclogénesis explosiva entre Disney, redes sociales e "internec" en general. Un detonador termal que estalla cada año y que es capaz de quitarte las ganas de jedis, Fuerzas y destructores imperiales.

Porque le he cogido miedo a estos días y los que vengan. Miedo a los hijos de puta que viven para destripar la película desde la misma premier; miedo por los repartidores de carnets de fans; asco hacia lo que desprecian los gustos ajenos y los que no respetan nada que no esté en su altar. Miedo y asco en Jaaku, se llamaría la película.

Pero pese al miedo y el asco estoy deseando que llegue el día de ir al cine de la mano de mi hija para enfrentarme a algo nuevo. A vivir un capítulo más de una historia que me acompaña desde casi toda la vida y que he aprendido a amar de nuevo a través de mis hijas. Star Wars es algo que va más allá del marketing o de los muñequitos, es parte de nuestra cultura popular; una parcela en nuestro ocio; un rayo de luz en un mundo demasiado frío en ocasiones. Star Wars es el primer compás de la fanfarria de Williams, es el efecto de sonido de un sable de luz al activarse; o es el zumbido de un Tie-fighter en persecución. Es mucho más. Es algo que se vive de forma personal, que merece respeto y un análisis que va más allá del mero producto cinematográfico. Disney no nos ha violado la infancia, ni ha mancillado nada. Nos ofrece algo que podemos o no aceptar cada Navidad, pero no nos roba las ediciones extendidas o no de las películas anteriores. No va de eso. Va de ser pequeño durante dos horas; o al menos, dejar el morrito encogido y el "mimimimi" en casa para dejarnos embaucar otra vez en un cuento de hadas que en ocasiones puede ser fallido, pero entretiene y nos devuelve algo del sentido de la maravilla perdidos.

Dadme un Episodio VIII en paz, por favor.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Me contaron Robocop




El otro día vi, como cualquier hijo de vecino, el trailer de la nueva de los Vengadores. Muy guay todo, muy potente, muchas ganas de verla, claro, y la sensación de que el aficionado a estas cosas vive en una continua montaña rusa de expectativas cumplidas, deshinchadas y salivación constante. Nos tienen atrapados porque queremos cada vez más; queremos Universos cohesionados, construidos con solidez, pero rapidito, fácil e impactante. Queremos que cada nuevo estreno nos cambie la vida y nos desgarre el alma. Aunque la veamos descargada de internet o estemos deseando destrozarla en las redes sociales. Somos un monstruo insaciable, infantil y de estómago agradecido, después de todo.

Pero hubo un tiempo en que no era así. A mí me contaron Robocop en el colegio. Sí, ese Robocop, el de mil novecientos ochenta y siete, el de Verhoeven, sí, sí, el bueno. En aquel tiempo yo tenía nueve años y mi amigo Rubén y yo pasábamos el tiempo del recreo alejados de la pelota de fútbol... y nos dedicábamos al noble arte de flipar. Flipábamos muy fuerte con casi todo. Dibujos animados, películas, tebeos... lo que fuera. 

Yo tenía ganas de Robocop desde que vi un anuncio en la tele, de esos de medio minuto, donde se adivinaban unos diseños robóticos acojonantes, violencia a tope y futurismo. Es más, en mi inocencia yo me había montado mi propia película y creía que había dos robots: el Robocop con casco y otro calvo con rostro humano. ¡Y el calvo era el malo! Todo estaba claro en mi cabeza. ¡Peliculón! Pero mis padres no me llevaron a verla y empecé a contar los días hasta que cayera en el videoclub.

Y mi amigo Rubén la vio antes que yo.

Y me la contó a su manera.

Ese fue mi trailer, mi "spoiler", mi visionado a través de un niño de nueve años que la había visto el día anterior y estaba loco por contármela. Era su amigo del alma (y lo sigue siendo) y se vio en la obligación moral de contarme Robocop a su manera. Poco recuerdo de sus palabras, y sólo puedo parafrasear cosas como "¡Salen tetas! ¡Y hay un robot super chulo que mata a un hombre y le revienta el pecho con sus disparos!" Mientras me narraba la escena, se retorcía como alcanzado por los impactos de altos calibre. Y yo, embobado y muerto de envidia. 

No había internet, no había casi nada, excepto la imaginación, un amigo, o un padre avispado en el videoclub. Al poco tiempo pude ver la película. Y flipé por segunda vez. Normal. Pero más que la peli en sí, cuando recuerdo Robocop veo a mi amigo Rubén en chándal, retorciéndose en el patio del colegio Clemfor y gritando "¡Pum, Fussshhh!" al ritmo de un tiroteo imaginario.


lunes, 4 de diciembre de 2017

Rocío de la Mancha, un clásico popular inquietante.







Recuerdo ver esta película en un autobús, de camino a alguna excursión, en la EGB. Algunas veces tenías suerte y te ponían "De pelo en pecho", y otras caía ésta o "Marisol rumbo a Río". En aquellos tiempos, Rocío Dúrcal era para nosotros otra niña cantante que salía en películas que, en aquellos primeros ochenta, olían ya un poco a alcanfor. Vehículos de lucimiento, que se dice ahora, de actores infantiles como Joselito, la ya nombrada Marisol, o inventos como las aventuras de Enrique y Ana, que no por más recientes era menos casposas.

El caso es que "Rocío de la Mancha" cayó el otro día en casa. La cazamos en el canal SOMOS, y como mi hija mayor siente debilidad por el cine español en blanco y negro o con el coloreado "extraño", como ella dice, la vimos. 

Y para mí fue ver otra película; otra realidad; otra perspectiva.

Me voy a la sinopsis oficial de la película: "Rocío es una chica que se dedica a hacer rutas guiadas por los molinos de viento de la Mancha, a lo guía de esas que trabajan por los monumentos y cobran la voluntad, rollo "Molinos misteriosos" o "Ruta desconocida por el yermo manchego". Total, que ella tiene que mantener a cuatro hermanos que parecen dibujados por Carlos Giménez, recibe la asesoría de un cura al que no le importa que ella le rece, cual Conan a Crom, a los molinos en lugar de a Dios; y un novio (el gran Simón Andreu antes de aprender inglés y embarcarse en una carrera en el top del cameo internacional). Su vida es un poco monótona y coñazo, por decir algo. Su vida cambia cuando una cantante famosa y su representante tienen un accidente de tráfico por su culpa. La cantante y ella se conocen y entablan un curiosa amistad, ya que Rocío tiene un flipante parecido con la hija fallecida de la cantante. Ésta, le cuenta que su matrimonio se rompió y que no ha sido capaz de decirle a su ex pareja que su hija ha muerto por el dolor que supone. ¡Yeah!

Rocío, que ve que vive en la mediocridad, su novio le pone menos cero y los niños dibujados por Carlos Giménez son una lastre, y el cura empieza a mirarle con cara de quemador de brujas, decide irse a París a conocer al ex marido de la cantante, hacerse pasar por su hija, y como dicen "desfacer un entuerto". Todo ello plagado de grandes canciones, violencia doméstica, grandes dosis de sordidez y melodrama.

Estamos en el 2017 y juzgar un film de los sesenta con los ojos actuales es injusto, lo sé. Muy injusto. "Rocío de la Mancha" es un clásico del cine popular español para muchos; una comedia entrañable donde todo sale bien y hay muchos planos de gente mirando el infinito con colirio en los ojos y una palabra amable en la boca.  Pero una lectura actual y algo crítica convierten su visionado en un drama sórdido de engaños, tristeza, maltrato y manipulación. Es como ver una proto historia del documental "El impostor" pero con canciones de Augusto Algueró y el rostro de la Dúrcal en lugar del desasosegantede Frederic Bourdin.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Podcastmanía




Hoy toca charlar de uno de los entretenimientos que me acompañan en la mayoría de mis tareas diarias: el mundo podcast. El paseo de los perros, las cosas de la casa, la visita al Mercadona... casi siempre con los cascos puestos y escuchando algún programa de Ivoox. Es el sustituto de la radio tradicional desde hace varios años; una radio que se me hace bola y está llena de publicidad, temas que estomagan y sectarismo. Una radio tradicional que no me ofrece lo que busco, ni casa con mis intereses y aficiones; una radio que me ha perdido como oyente, salvo casos puntuales.

Y la verdad es que los podcast son un gran invento, como diría aquel. Puedes encontrar casi cualquier tema que te mole y espaciar las escuchas como quieras. Hay programas sobre cocina, política, cómic, cine, BSO, de todo. Y si entiendes inglés la oferta se multiplica. La caña. Si no te gusta un programa por lo que sea, pues a otro y ya esta. Algunos podcast generan rechazo y otros el enamoramiento más profundo. Te haces fan de los temas, de la forma de abordarlos o de los propios colaboradores. Locutores que no tienen nada que desmerecer a los de antaño; gente que por amor al arte se dejan horas y horas hablando sobre lo que les gusta. Si el mundo del blog languidece, el de los podcast vive una auténtica expansión. Cada día surgen iniciativas nuevas con toda la buena intención; y podcast más veteranos se consolidan llegando a varios cientos de programas. Como decía, es un gran invento esto de los podcast.

¿Y qué escucho yo? Pues estoy suscrito a un buen puñado de programas. Tantos, que me dejaría a muchos si empiezo a hablar de ellos. Desde los puramente mainstream (en el sentido podcastil) LODE, Destino Arrakis, Histocast, Luces en el Horizonte, hasta ofertas más específicas como La Voz de Horus, o joyitas como Tiempo de Culto a la AVT Podcast. De todos ellos aprendo, me divierto, me encorajino si no estoy de acuerdo, me entretienen y llenan ese tiempo de quehaceres solitarios. 

Mi idea es hablar en mayor profundidad sobre el mundo podcastil y mi relación activa con alguno de ellos. Pero es será otra historia; una historia que será contada cuando se me cure un mordisco que me ha dado una de mis perras en la mano y que me impide escribir cómodamente. Cosas de mediar entre una pelea de perros.

martes, 21 de noviembre de 2017

Fantaghirò o las tardes de domingo en la cadena amiga






Hubo una época en la que consumimos mucha televisión sin más criterio que la escasez de oferta. Si el fin de semana estaba corto de alquileres de videoclub, no estabas por ahí jugando o sin deberes, te pasabas la tarde del domingo más tirado que un tanga delante de la tele. Y ahí estaba Telecinco, la cadena amiga, para rellenar ese hueco insondable que el preámbulo de la vuelta al colegio.

Y nos metían Fantaghirò hasta la colcha; con saña y alevosía. Y lo veíamos porque tenía algo hipnótico en esas calzas, ese tono pastel, esos fondos de cartón piedra, esa saturación... Era lo el anti Espada & Brujería pero lo veíamos porque era fantástico, más o menos.

Y buscando información me encuentro con cosillas que desconocía en aquellos tiempos. El director de esta serie (vendida en varias partes como películas independientes) fue Lamberto Bava. Sí, el hijo de Mario Bava; sí, el director de Demons. Sí, ese. Resulta que se dedicó desde 1991 al 96 dirigiendo Fantaghirò como si no hubiera un mañana. Y de la televisión italiana no ha salido. Fantaghirò era una producción Mediaset que adaptaba libremente la obra de ("ojocuidao") Italo Calvino "Fantaghirò persona bella", relato sobre una princesa guerrera que está clamando a gritos una nueva versión más moderna y "juegosdelhambrelializada". Pero claro, hablamos de Mediaset en los noventa, y eso significa darle la vuelta a lo hortera. Porque Fantaghirò es hortera hasta el vómito; lo intuíamos en la época, y ahora es un hecho que se te lanza a la cara y te mastica los ojos.

¿Y qué nos daba Fantaghirò? Pues las aventuras y desventuras de una princesa "troublemaker", bella y dispuesta, que se las tenía que ver un reino rival, el amor hacia el príncipe de dicho reino, una bruja malvada, un padre que no la entiende; travestismo a lo Mulan; duelos; caballeros blancos... Un variadito.

Todo muy recargado, muy sobreactuado, rodeado de una intensidad innecesaria. Sería el pariente italiano y borracho de "Érase una vez". Pero exitoso. Tanto como para venderla internacionalmente y dar pie a un lustro de Fantaghirò y cierto culto. Además de una serie de animación que produjo BRB y que no recuerdo que llegara a España.

Alessandra Martines era Fantaghirò, la de los bellos ojos y los ademanes belicosos; y Kim Rossi Stuart el bueno de Romualdo. guapo él como ninguno y recordado por otras producciones como Karate Kimura (toma ya); la otra estrella de la función y la que Telecinco puso en todos los anuncios fue la valkiria Brigitte Nielsen como malvadísima o nuestra Angela Molina como la Bruja Blanca. 

Mucho están tardando en un "remake" moderno.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Strangers Things volumen 2







Advierto que puede haber destripes. ¡Aviso!


Strangers Things es la última gallina de los huevos de oro de Netflix. O al menos, la más reciente, la que hace que la gente se eche colirio para soportar el maratón de nueve horas antes que nadie le reviente la vida contándole el final. Porque sí, porque el mundo está lleno de hijos de puta y muchos viven por y para las redes sociales. El caso es el caso, que he visto Stranger Things vol. 2 y la he disfrutado muchísimo. Así, sin más, sin muchos peros, si flecos, si poner la peguita que me hará parecer más sagaz, más inteligente, y más atractivo que la mayoría. Stranger Things vol. 2 es la elevación de la fórmula anterior; la verdadera receta mejorada de los anuncios de pan de molde; es el bocata de mantequilla y salchichón; es la expectativa encarnada del que disfrutó con la primera temporada.

Los hermanos Duffer han cogido todos los elementos que gustaron en el primer volumen y le han echado glutamato monosódico para doblar la sensación. ¿Un bicho parecido a Alien? ¿Has visto Aliens? ¿Dinámicas prepúberes? A tope de ellas. ¿Relaciones entre personajes teóricamente antagónicos? Pues nos dan varios. Más presupuesto, más ambición, más scope, más referencias, más planos calcados... y mejor historia. Quedarse con la idea de que Stranger Things es un batiburrillo de referencias a los ochenta y al modelo Amblin es quedarse en el bordecito de la piscina donde Barb se fue para no regresar jamás.

La mitomanía ochentera no es mala de por sí. Es parte de su tono, de su alma. Es como decir que Narcos no mola porque está llena de tíos chungos mal vestidos y la gente habla muy mal. Stranger Things es la coherencia hecha historia. No engaña a nadie, ni vende humo. Es una serie sobre un grupo de chavales que se enfrentan a un mal que nadie entiende en un pueblo de mala muerte. Punto. No hay más. No tenemos a Lindelof, ni vueltas de tuerca rompedoras. Es sota, caballo y rey en un mundo donde pedimos sofisticación pero no admitimos una historia sencilla, que no simple. 

Stranger Things tiene dinero en cada episodio, buenas interpretaciones, una historia interesante, y el aliño fácil del elemento conocido que te despierta una sonrisa. Tiene BSO electrónica y canciones que nos suenan, tiene un epílogo más largo que la resolución de la historia. Tiene a unos niños que sudan carisma y simpatía; tiene a los mejores mutantes que he visto en una pantalla, tiene muertes que te llegan y diálogos que no dan vergüenza ajena. Es la dignidad hecha televisión; y yo la he disfrutado. Ya la echaremos de menos, ya.

martes, 14 de noviembre de 2017

Los bingueros





El otro día "Los bingueros" fue trending topic, y por unos momentos, la comidilla en los mundos virtuales. ¿La razón? Su emisión, ya era hora, en la 2. Yo la grabé y la disfruté una vez más. Porque "Los bingueros" es más que una moda modernita y objeto de culto para aquellos que denostaron el cine de "destape" hasta que cuatro hispters decidieron hacerse una camiseta con la cara de Pajares y Esteso. Bueno, pero eso es otra historia. Y yo he venido a charlar un rato sobre el estreno español más taquillero del mejor año de la historia: 1979.

"Los bingueros" y su visionado necesitan un contexto histórico filosófico para su actual visionado, eso está claro. Pero más allá de eso, de su irreverencia e incorrección política, es una gran comedia. Y un retrato fiel de cierto tipo de elemento social que aún habita este país. Y si no, mirad a Pedro Vero o escuchad cualquier conversación de bar.

"Los bingueros" supuso la primera colaboración de Mariano Ozores, Fernando Esteso y Andrés Pajares en un triunvirato cómico que dominó los cines hasta que Pilar Miró les dejó, y los videoclubs hasta que el fin de este sistema de ocio. Si pillabas una oferta de tres VHS por trescientas pesetas, una de las cintas era de alguno de estos artistas o de los tres. Caían la noche del sábado, entre la de Bud Spencer o Charles Bronson. Era la peli del destape, de las tetitas, y del lote de reír. Era una garantía en un mundo donde veíamos el Un, Dos, Tres y quedaba algo lejos el descoque de las Mamma Ciccio. ¡Y no pasaba nada! Yo las veía con mis padres y no pasaba nada si salía tetas o algo más. ¡Era una de Esteso y Pajares! Ancha era Castilla.

"Los bingueros" cuenta la historia de Amadeo y Fermín, dos "tiesos" que encuentran en el bingo la posible solución a su pobreza. Salida rápida, fácil y engañosa a una situación llena de trabajos grises y colas del paro. Amadeo y Fermín son dos tipos como los que sigue habiendo; de los que quieres currar poco y no tienen problema en picar algo fuera de casa si se tercia. Dos tipos en un mundo lleno de incorrección política, expresiones imposibles hoy día y humor basado en el encontronazo, el enredo y el puro slapstick en algunas ocasiones. Escenas como la de la acupuntura o la del increíble ligoteo con travestis embarazados y encerronas para violarles, son casi ciencia ficción hoy día. El espectador poco acostumbrado se asombrará ante el lenguaje usado o la facilidad en insultar a homosexuales o discapacitados. Pero eso no quita que la película siga funcionando gracias al trabajo de los actores, y su vis cómica pura y dura. "Los bingueros" es tan cine español como cualquiera, tan o más digno que otros. Un intento de crear cierta industria ajena a las subvenciones, y que quiso despertar la risa de una España que necesitaba ver desnudos, reirse, olvidarse del presente y evadirse de la mejor forma que había en ese momento.

Nunca es tarde para volver a ese cine de destape, de videoclub, porque fue nuestro durante años, aunque ahora lo queramos negar.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Sombras tenebrosas. La serie.







Dark Shadows, Sombras Tenebrosas o Sombras en la Oscuridad en las traducciones al español, fue una serie diaria que se emitió durante cinco temporadas a finales de los años sesenta. Una serie que me fascina.

Tal vez conoceréis la fallida adaptación fílmica de Tim Burton estrenada hará unos años. Una película que organizaba las tramas de más de mil doscientos capítulos y sus personajes más famosos en un monstruo que no era nada protagonizado por un Johnnie Deep que se considera muy fan de la serie. Flaco favor le hicieron a una institución de la cultura popular televisiva estadounidense. 

Dark Shadows se consideraría dentro del American Gothic. Historias perturbadoras ambientadas en los Estados Unidos y que tienen sus raíces en la breve cosmología mítica iniciada por los colonos americanos. Un ejemplo fácil, Lovecraft. Dark Shadows nos narraba durante media hora cada día las tribulaciones de la familia Collins en un caserón de esa Maine tan amada y misteriosa, con sus muelles llenos de piélagos y humedad, sus bosques insondables, y sus gentes hoscas y sórdidas. Una temática que empezó más como un relato costumbrista y que ante el desinterés de la audiencia se tuvo que llenar de apariciones fantasmales, realidades alternativas y hombres lobos. ¡Y el primer vampiro carismático de la televisión! ¡Barnabás Collins!

Y todo ello a una sola toma, de prisa y corriendo, con actores que repetían papeles, poco medios y mucho mérito. La caña. Emitida desde mil novecientos setenta y siete al setenta y uno, se convirtió en un fenómeno de culto que ha vivido varias intentones de renacimiento a lo largo de los años sin mucho éxito. Dark Shadows es una rara avis que ha sido sepultada por titanes como Star Trek en el pódium de la nostalgia, que arrastra a unos seguidores minoritarios pero fieles y que sirvió de germen para otras obras como Buffy, por poner otro ejemplo fácil.

Hablaba de Barnabás Collins (Johnatan Frid), su principal personaje, aunque apareció en la segunda termporada. Un antihéroe romántico en toda su extensión. Un sanguinario caballero que vivió auténticas epopeyas a lo largo de centenares de episodios. Un icono medio olvidado.

Lamentablemente, Dark Shadows no está editada en España, ni se ha emitido en la televisión. Se pueden comprar packs americanos o ver algo en youtube. Merece la pena echarle un ojo para ver su encanto gótico, sus errores inocentes y su intensidad teatral. Que todo no es Doctor Who.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Leyendas del Mañana.






Hay series y películas nacidas para ser menospreciadas. Infravaloradas antes de nacer, se emiten con el estigma de la serie B y son consumidas de tapadillo, casi como pecado moral y mortal que no debe conocer nadie. Son series que se viven en secreto, como una depravación sexual. Es más, hay gente que antes confesaría una parafilia antes de reconocer que pierde su valioso tiempo en series como "Leyendas del Mañana". Para ponerse la tirita catalogan estos productos como "placeres culpables"; expresión que detesto porque me parece un ejercicio de cobardía por parte de gente que no sabe defender ni sus gustos ni su criterio.

En el infinito catálogo de series, plataformas, y formas de ver entretenimiento televisivo, podemos dejarnos tentar por todo tipo de géneros. Desde el policíaco de toda la vida, el culebrón, la serie intensa, el objeto de culto y las de siempre. Puedes tirarte por esa serie británica que han comentado en ese reportaje moderno de esa web tan exclusiva y ser el primero en comentarla para que te den la medalla invisible, o puedes ver la "purria" más generalista con cuidado de que nadie se entere.

Leyendas del Mañana podría clasificarse en esas series de las que nadie habla, porque es de superhéroes, no tiene el sello de calidad de webs o entendidos, y está dirigida a un público fan de otros productos como Arrow, Supergirl, Flash, o similares. Leyendas del Mañana es una serie del canal CW; por lo que está orientada a un público joven que busca caras bonitas, romanticismo y algo de emoción ligera. CW pilló los derechos de algunos personajes DC, y desde hace años se dedica a crear un universo propio ciertamente exitoso. Series que han generado ampollas a los puristas, con tramas que se pasan de intensitas y se eternizan, actuaciones discutibles y un interés por entretener encomiable. Capítulos de poco más de cuarenta minutos donde pasa de todo, aunque las tramas generales se estanquen. 

Y Leyendas del Mañana es la mejor de todas. Por varios motivos. El primero: no tiene reparos en volverse contra sus mismas reglas (los viajes del tiempo) si por ello la historia tira hacia adelante. Porque, ¡ah! es un serie de superhéroes que viajan por el tiempo en una nave llamada Waverider, capitaneada por un Amo del Tiempo inglés que quiere detener a un villano inmortal que asesinó a su familia. Y para ello recluta a un grupo de villanos y héroes para que le ayuden. ¡No son héroes, pero se convertirán en Leyendas! ¡Toma!

Se comenta que la premisa es el Doctor Who, y puede ser verdad, si el que lo dice no hubiera leído un cómic DC en su vida. Porque antes de Who es JSA, es Golden Age; es más DC que cualquier serie; y es más de todo eso de lo que puede tener de Doctor Who salvo algún guiño y que uno de los personajes fue compañero del Doctor.

Hawkgirl, Átomo, Capitán Frío, Ola de Calor, Canario Blanco, Rip Hunter... Peleas entre ellos, enamoramientos, conflictos morales... esta serie es lo más parecido a una grapa comiquera en formato televisivo. Y, además, tiene un formato más reducido: dieciséis episodios en contraposición a los veintidós de sus series amigas. Y se agradece. Es una serie ligera, divertida, bien hecha (Joe Dante dirige uno de los episodios de la primera temporada), desvergonzada y llena de guiños a los cómics y la cultura popular.

Pero nadie habla de ella, ni nadie reconocerá verla. No está de moda. Es como las películas de Adam Sandler en Neflix. Nadie las ve, pero él cobra veinticinco millones de dólares por cada una y siguen la racha.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Akira más de veinte años después.








Hay obras que marcan a una generación; tal vez de no forma visible, sino que implanta larvas que luego se desarrollan en otros productos o tendencias. A principios de los noventa llegó una ventolera de oriente a través de las ventanas abiertas de las televisiones autonómicas, sobre todo Cataluña, Galicia y Andalucía. Había una generación criada con los tebeso de Forum y Dr Slump que descubrió lo que llamaban el Manga. Dibujos animados, fotocopias y un ansia devoradora de contenido nipón que rozaba el salvajismo.

Y llegó Akira. Esa película que era lo más; lo puto mejor en animación; la flipada máxima aunque no nos enteráramos del todo. Todo molaba en ella; desde la música extraña, los diseños, la violencia brutal, y ese futuro que sólo habíamos intuido en otros animes o en cosas igual de ininteligibles para nuestra edad como Blade Runner.

Yo vi Akira demasiado pronto, quedé impactado por no la entendía bien. Se me escapaban esos niños/viejos, ¿de dónde venían? ¿Qué era Akira en realidad? Pero flipaba de todas formas. Y las imágenes se quedaron grabadas en mi cerebrito adolescente. A fuego. Más allá de la consciencia. Ahora que veo la película, con treinta y ocho años, me doy cuenta de lo importante que fue para mí la historia de Kaneda y Tetsuo. Una influencia que me ha acompañado en alguna de mis novelas (El hombre Spam bebe más de lo que puedo admitir), en cosas que he imaginado... en demasiadas cosas.

Otomo estrenó en mil novecientos ochenta y ocho una obra que se ha multiplicado en muchas más. Sin Akira no tendríamos Matrix o gran parte del ideario visual del ciberpunk. También sería otro Akira sin Blade Runner, pero eso es la pescadilla que se muerde la cola. Vista ahora, me encuentro con un filme mucho más asequible de lo que recordaba e igualmente impactante. La animación es brutal y digna de las loas que tuvo en su momento; el diseño sigue influyendo a cosas tan actuales como la nueva Ghost in the Shell o cualquier película medio futurista.

Akira es una historia de mutantes, de poder desbocado, de pandilleros, de amor y de poder en una ambientación post tercera guerra mundial en el año 2019. Es onírica y brutal, es poesía y filosofía. Es Japón urbano que mira hacia Occidente y le enseña cómo iba a ser el futuro en el mainstream. Y vista ahora sigue siendo así. Más de veinte años después, sueño de nuevo con Akira. Y vuelvo a flipar.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La ciudad no es para mí.







El otro día encontramos en el canal "SOMOS" esta película.Y mi hija de nueve años mostró un gran interés en verla. Le llamó la atención el blanco y negro, la estética, el vocabulario, las formas del protagonista. Ver su expresión fue muy llamativo. Y obviamente, la vimos. Y decidí comentarla. Es extraño, ¿no? Podría hablar de mil cosas antes de "La ciudad no es para mí". Porque lo suyo es comentar la última de Netflix, el libro de moda o la novedad en cómic. ¿Quién va a tener interés por leer algo sobre una película de las denominadas "españoladas"? Es que no pega, ¿verdad? No es moderno, ni va con la corriente.

Hablar de "La ciudad no es para mí" es hablar de Paco Martínez Soria, avatar mitológico del humor y el sentido común baturro; una figura que marcó a muchos espectadores, calificándolo como un abuelo lejano e intangible del que se reconocen y anticipan cada una de sus acción. Paco Martínez Soria fue un titán del teatro, donde disfrutaba de verdad, pero se hizo mito en el cine, y posteriormente en la televisión. Su presencia, dotada de astucia rural, humanidad y ese sentido común equivalente a una pedrada en la cara hacia el rostro de la pujante clase media urbana, se ha quedado grabada en el colectivo popular: mayor, con boina, poco atildado, afilado en sus comentarios y poseedor de una inteligencia aferrada a la costumbre y a ese término denostado que es el sentido común.

Y "La ciudad es para mí" es su mayor éxito. Esta adaptación de la obra teatral de Fernando Lázaro Carreter, fue el blockbuster de 1966. La película más taquillera de los sesenta. Un pelotazo que encumbró a un Paco Martínez Soria ya famoso en los escenarios. Cuenta la historia de Agustín Valverde, un viudo que visita a su hijo médico a Madrid, a causa de unas molestias de salud. Allí se encontrará con un conflicto matrimonial, una criada en problemas, una nieta ye-ye, una nuera cuasi adúltera y un hijo indolente... ¡Este es un trabajo para Paco!

Y la película aguanta en este 2017 resentido con el entretenimiento popular y resabiado. Y se mantiene porque está primorosamente bien escrita, bien dirigida por Pedro Lazaga, y los actores están sublimes. A Martínez Soria le acompañan rostros muy reconocidos como Alfredo Landa, Gracita Morales, José Sacristán, María Luisa Ponte o Sancho Gracia entre otros. Un All.Star. Y aguanta porque el humor metomentodo de Martínez Soria es humano, reconocible y socarrón. Humor baturro repleto de sinceridad y algo de ácido. ¡Qué aprenda House!

Ha sido una experiencia verla de nuevo. Volver, en cierta forma, a tiempos más grises e ilusorios, pero volver. Gran comedia española, de esa que se denosta y que no es recordada por nadie sino es para menospreciarla o dirigir la burla fácil e indocumentada. Una película que retrata una sociedad que no fue del todo pero que la gente quería ver en el cine. Gente rica enmendada por el hombre de pueblo que tiene la solución para todo. Gente como esa diáspora que recluía en la capital a comer sopa y salir adelante como podía, que huía de la pana en busca de la mejoría, del pisito y de las luces de la gran ciudad. Ese público existió, aunque nos olvidademos. Y estas películas, también. Hay que recordarlas.

domingo, 29 de octubre de 2017

El erial

Mi anterior y longevo Avatar



Un erial. Un páramo infinito en el que, de vez en cuando, veo el perfil nebuloso de un bloguero que sobrevive contra viento y marea, ajeno a todo. Así he visto el mundo bloguero, sobre todo relacionado con el cómic, después de mucho tiempo sin pinchar en enlaces o preocuparme de qué pasaba con ellos. He sido engullido por el tiempo en ese vórtice rápido de twitter o facebook. Un mundo nuevo lleno de comentarios fugaces y poco más de un párrafo que puede servir para reseñar cualquier cosa, o explicar el significado de la vida.

Me ha pasado lo que a muchos, que dejamos un mundo bloguero donde todo era más como un patio de vecinos: teníamos nuestros clásicos, nos conocíamos, no había más luchas que la discrepancia en temas concretos, y todos disfrutábamos de lo que hacíamos por amor al arte. Existía la llamada "blogosfera" o "tebeosfera" donde nos enterábamos de las noticias y leíamos reseñas de tebeos que iban más allá de los ciento cuarenta caracteres. ¡Increíble!

En ese mundo conocía a gente a los que sigo llamando amigos; y gente que, viendo el erial, lamento haberles perdido la pista. ¿Puede existir nostalgia por algo creado hace poco más de diez años y que ha sido casi evaporizado por otros medios? Yo digo sí. Pero hay tiempo para la esperanza, porque hay personas que quieren seguir contando sus cosas en blogger, wordpress o sus páginas web, que han visto que es la única parcela donde uno puede expresarse con más libertad de fondo y de forma. Se puede convertir este erial en un oasis casi personal.

Yo mismo he contribuido a destruir esta blogosfera, por inacción y por haber borrado mi anterior blog, El Blog de Ternin. Tenía más de mil entradas y de un plumazo han pasado al olvido. Lo hice movido por cuestiones personales y por no empatizar conmigo mismo en muchas de mis entradas. Se habrá perdido algo de "sabiduría" por ello, pero espero llenar este espacio con lo que pueda aportar a eso que llaman Cultura Pop.

¡Qué lástima de erial!

viernes, 27 de octubre de 2017

Wheelman





Netflix tiene un sistema de producción propio, y luego distribuye productos con su sello pese a que ellos no han puesto dinero en la financiación. Todo por llenar el "sandbox" de su catálogo, de darle carne al inmenso dragón del espectador que lo quiero todo para ayer. Y ese ansia por novedades, novedades, novedades, tenemos "Wheelman", la película.

Wheelman es una peli de lucimiento de Frank Grillo. ¿Y quién es? Es alguien que has visto en muchas películas y que ahora, sobrepasados los cincuenta, está teniendo su momento gracias a la amistad con Joe Carnahan y varias apariciones en películas taquilleras como Capitán América o la segunda y tercera de La Purga. Un tipo duro que te puede hacer de malo, de bueno, de hampón o de tipo normal que puede joderte la vida en un instante. Tal vez el mejor Punisher que no ha sido, pero eso es otra historia. 

El caso es que es una peli donde Grillo sale en cada plano. La película es él, sus gesto de piedra, sus tacos y sus "madarfakas". Siempre. En todo momento. Porque Wheelman es el Locke de Tom Hardy pero en plan Grand Theft Auto.

Es la historia de un conductor de atracos que pasa una noche muy puta desde que su jefe le pide que deje tirados a sus compañeros. Llamadas de teléfonos van, llamadas vienen, noche cerrada, algún tiroteo, mucho rollete Tarantino en los desafortunados diálogos, ritmo y una película que dura menos de hora y media. Y eso se agradece.

Porque esto es un mix de la comentada Locke, más Drive, más rollo Neo Noir. Desde los títulos de crédito que homenajean la tipografía y estilo de filmes de los setenta, hasta las escenas de acción breves, contundentes y alejadas de la pirotecnia y el montaje atropellados, Wheelman se deja ver, se disfruta y entretiene porque es tan clara en su propuesta que no queda sino disfrutarla.

Jeremy Rush dirige, sin tener mucho material previo, su propio guión. Un guión que enamoró a los amigos Grillo y Carnahan de tal manera que pusieron la pasta para rodar esta peli de coches y atracos que se frustran; una noche de walpurgis en una ciudad vacía y nocturna, que pretende emular el tono Michael Mann con resultados menores.

martes, 24 de octubre de 2017

Conan el asesino.





Ves la portada, el logo de Forum, el dibujo de Lee Bermejo, el formato grapa. ¿Y qué haces? Te lanzas como un bárbaro sediento de sangre. ¡Qué más da que cueste casi cinco euros! ¡Es Conan! ¡Es grapa!


Planeta Cómic edita en España la última serie sobre que cimmerio que ha publicado Dark Horse. Ha elegido bien después del éxito del tochal con el Conan de Windor Smith, una edición que demostró que Conan y nostalgia es el arma definitiva del Universo. ¿Y cómo está este tebeo?

Eso debería ser lo importante, el contenido. Conan el asesino es un tebeo guionizado por Cullen Bunn, estrella en Image y autor mediocre en Marvel. Un melón que puede salirte bien depende de la libertad y el ingenio del autor. Harrow County mola mil pero el algunos cómic que hizo para Marvel son carne de perro, por decir algo. Y a los lápices, el compatriota Sergio Dávila. Y lo primero que quiero decir es que el dibujo me ha gustado. Cumple las expectativas y es espectacular, sobre todo, en los grandes angulares y en los bien planificados combates. Eso sí, algunas viñetas no están a la altura de la media, como si el acabado no hubiera sido el adecuado. Pero mola, pese al resbalón en algunas expresiones. Es imperativo que el dibujo de un relanzamiento de Conan sea impactante, que llegue al lector, que ofrezca épica, metal y sangre. Y no es fácil hacerlo y cubrir expectativas.

Cullen Bunn nos mete en la vertiente mercenaria y caudilla de Conan. Un Conan que se arrastra por el desierto perseguido por sus enemigos en los primeros compasas del tebeos. A partir de ahí Bunn nos mete en una trama sobadísima sobre hermanos enfrentados, traiciones y enemigos ocultos. Una historia vista tres millones de veces y que no está aderezada con ningún detalle que la haga sobresalir de aventuras previas. Busiek, y sobre todo, Truman supieron hacer una joya con el material de Howard y con el propio; veremos si Bunn, que empezará a recrear relatos de Howard más adelante, sale de lo rutinario y nos da ese Conan asesino y vibrante que tanto echamos de menos, y sólo encontramos en los imprescindibles tomos de Conan Rey de Giorello y Truman. Además, me ha parecido tramposo el "homenaje" al estilo Thomas; porque si lo vas a hacer, o lo haces durante todo el tebeo o no lo haces. Bunn usa los habituales textos de apoyo propios de Roy Thomas durante las primeras páginas para, más tarde, olvidarse del recurso y seguir con un guión moderno. Como si fuera una broma, o una imposición, o un homenaje fatuo.

No está a la altura de series como La Leyenda, o Mercenario, pero no puedo decir que sea un mal tebeo. Facilón, chapado a la antigua y acomodaticio en su inicio, sí, pero quedan números para esperar que este Conan el asesino sea algo más que otro homenaje revisionista.


lunes, 23 de octubre de 2017

Umberto Lenzi y la nostalgia de lo que no fue.



Humprey Humbert fue otro de sus nombres



Puede ser Lenzi o cualquiera que haya realizado obras en esa época "jartible" que son los setenta u ochenta. Umberto Lenzi falleció hace unos días. ¿Y quién es Umberto Lenzi? Pues un maestro, dirán algunos, un obrero del cine de explotación, dirán otros. Un trabajador del cine, susurrarán algunos, dándole la equivalencia de un apestado para el Séptimo Arte. Porque Lenzi era un rey de las sesiones dobles, del videoclub, de los que se quedaban con ganas de más después de ver el éxito de rigor, y un mito del cine de explotación.

Lenzi dirigió sesenta y cinco películas, muchas de ella bajo pseudónimo, y tocó todos los palos del llamado cine popular. Desde el giallo, pasando por el policíaco italiano, el terror, la acción, el thriller, bélico, peplum... De todo. Y todo rápido, cumpliendo con lo que pedía el público y los productores. Un trabajador, sí, y cumplidor.






Lenzi ha muerto y sólo le recuerdan los aficionados al fantaterror y los mitómanos del videoclub; los que le oyeron de pasada cuando Tarantino le nombró, o eso dicen, como uno de sus referentes, y se fliparon porque Quentin se flipó. Gente que alucina con el póster de la peli pero jamás la ha visto. Gente que vive una nostalgia que no fue la suya porque no vio una de Lenzi hasta que no empezó a tener canas en los huevos, pero que ahí están los primeros entonando el ¡que se acabe el 2017 ya, Dios Mío! o van a los certámenes para aclamar a "Il maestro". Lenzi es otro icono más de esa nostalgia ochentera que no vivió casi nadie. Yo no tuve mi cuarto lleno de pósters de películas recién estrenadas, ni pedaleé hacia el ocaso en mi bicicleta trucada. Yo era de chándal de rayas y el TP, de cómics Forum y balonazos de cuero malo en la cara; pero no fui un Goonie ni vi todas las de Lenzi en su momento. 

Umberto es otro ídolo de la nostalgia que no existió en nuestro país. Y parafraseando a Víctor Olid: "si quieres saber cómo era la juventud ochentera mira el público de los conciertos de Hombres G en Sufre, mamón." No fuimos goonies. Ninguno. Ni tampoco flipamos con "La invasión de los hombres atómicos" hasta que no cumplimos los treinta. No nos engañemos.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Antonio Banderas es un héroe de videoclub en "Security"






Bueno, de videoclub no, de VOD, o mejor dicho, NETFLIX. "Security" es una de esas pelis que salen en Netlfix y que parecen formar parte de un cajón de novedades que se introducen en el sistema casi de tapadillo, producciones modestas que no tendrían jamás un recorrido en salas y que no tienen rentabilidad más allá de las plataformas de contenidos o las televisiones. El género de acción está de capa caída para el público generalistas. La acción como género cinematográfico está polarizada entre el gran blockbuster o el producto Millenium, la nueva CANNON sin lugar a dudas.

Pues de Millenium es esta "Security", el nuevo "vehículo de lucimiento" (sic) de Antonio Banderas. Nuestro zorro, nuestro Rodolfo Valentino de finales del Siglo XXI. Antonio Banderas se sumerge hasta las cachas en la moda de viejas glorias, de crepusculares action heroes, de saldo. Todos a las sombras de los Liam Nesson y, en menor medida, Stallones y "Chuaches". Banderas ni estan viejo ni es tan gloria; se subió al carro en Los Mercenarios 3, donde compuso un legionario/alivio cómico que pretendía ser un revulsivo en una "saga" que murió antes de consolidarse; pero ahí estaba nuestro Banderas, con más de cincuenta y dándolo todo por hacerse ver dentro de un cine que ya no es el suyo. Y con "Security" lo vuelve a intentar.

"Security" podría estar escrita en 1989, y rodada en el mismo año. Es la historia más tópica imaginable, un cliché de menos de noventa minutos que se ve con una sonrisa pero sin aburrirse, que ya es mucho. Rodada en Bulgaria, nos mete en la piel de Eduardo, "Eddie", Deacon, un capitán de las fuerzas especiales que llega a un puesto de guardia nocturno en un centro comercial cochambroso. Poco se aporta sobre el personaje, poco más que ciertos ramalazos como una familia que le espera y el vacío típico del ex combatiente que lo da todo por la Patria y se ve apartado del mundo civil. Todo muy esquemático, sí, pero esta peli no es Rambo, ni El Cazador; es Millenium, es Bulgaria, es videoclub. Por tanto, llegamos al centro comercial, y por casualidades de la trama tenemos a un pequeño grupo de personajes de usar y tirar asediados por unos mercenarios hipervitaminados. Y todo ello por culpa de la subtrama de la niña pequeña que es testigo de los U. S. Marshalls y que tiene que ser salvado por nuestro Banderas. El que espere "Asalto a la Comisaría 13" se va a llevar un chasco porque esto huele más a un Jungla de Cristal pasado de cocción que a otra cosa. Es carne de nostalgia de género, que la intentona de ofrecer algo nuevo y con empaque.

Noventa minutos, o menos, de acción muy bien llevada por su director, Alain Desrochers, un veterano director de acción europea, que sabe mostrar los tiroteos y las peleas sin seguir la moda del mono llevando la cámara. El villano es un Sir Ben Kingsley en piloto automático que declama sus líneas con la sonrisa torcida y los ojos sobrecargados de rimmel. ¿Que echo en falta en "Security"? Le falta picardía, diálogos, sentencias y chispa. Si vas a tirarte a la piscina del exploit barriobajero rodado en un centro comercial de cartón piedra, pues lánzate a tope y haz que los personajes se lo pasen bien. Todo es muy serio, muy intensito, muy crepuscular, cuando la peli no pide eso. Culpa de los guionistas habituales de Millenium: Tony Mosher y John Sullivan.

Pero mola, se deja ver, y nos anticipa a un Banderas que se tira definitivamente al barro con su siguiente producción, Millenium por supuesto, "Actos de Venganza", del especialista en dirigir hostias como panes, Isaac Fiorentine.

Veremos, veremos,

martes, 10 de octubre de 2017

Carter, de Ted Lewis




Sinopsis ofrecida por la editorial:

Jack Carter, principal sicario de los mafiosos londinenses Les y Gerald Fletcher, regresa a su ciudad natal en el norte de Inglaterra tras ocho años de ausencia. La última vez que estuvo allí fue para enterrar a su padre, y ahora vuelve para el funeral de su hermano Frank. Según la policía, la muerte de Frank fue accidental: su coche se despeñó por un precipicio con él borracho al volante. Pero Jack, que conocía bien a su hermano a pesar de la mala relación que mantenían, sospecha de la versión oficial y comienza a interrogar a todos aquellos que conocían a Frank. Las preguntas de Jack incomodarán a los peces gordos de la zona y a sus aliados en Londres, los hermanos Fletcher. Todos ellos tratarán de subir a Jack en el primer tren con destino a la capital, pero este no renunciará a averiguar la verdad sobre la muerte de su hermano -y a vengarse de los que lo mataron-, aunque le cueste el trabajo y quizás la vida. Ambientada en una gris y opresiva ciudad siderúrgica del norte de Inglaterra a finales de los años sesenta, "Carter" está considerada la obra fundacional de la novela criminal británica moderna y su adaptación cinematográfica, con Michael Caine interpretando a Jack Carter, es hoy en día una película de culto.



Carter, editorial Sajalín, es de esas lecturas que se disfrutan desde la envidia; desde el resquemor de autor que se ve superado en cada oración, en cada descripción y diálogo. Leer Carter es enfrentarse a la idea de que por mucho que quiera innovar hay escritores ya fallecidos que han marcado territorio. Es una cura de humildad, y sobre todo, una gozada.

Ya conocía a Jack Carter; le había visto caminar por una playa negra a la caza de un pobre desgraciado, o lo había visto empinar el codo en un pub. Se parecía mucho a Michael Caine, era clavadito a él, la verdad. Pero no había leído su historia, ni la de su hermano, ni la de ese pueblo del Norte de Inglaterra que se te mete por la nariz. Y no son olores fáciles.

Jack Carter es un sicario, o eso dicen los personajes que le conocen. Un tipo que es alguien más allá de para quién trabaja. Es uno de esos nombres que se dicen en cualquier conversación precedida de unos prolegómenos sangrientos. Entre tragos, su nombre aparece y desaparece como las cartas en un partida de póker.

Ted Lewis supo construir un personaje memorable a través de lo que dicen y, sobre todo, intuyen los demás. Carter crece conforme pasan los capítulos y se determina por sus actos, sus palabras y sus decisiones. Es puro género destilado y tamizado. Filtrado como ese té que toman entre lingotazo y lingotazo de whisky. Porque estamos en el Reino Unido más deprimente que puede imaginarse. Ese mundo post Segunda Guerra Mundial donde la tradición y las maneras ha dejado paso al detritus industrial, los edificios sociales y la mierda que se escondía bajo la moqueta ha salido a la luz. Y qué mejor que un hombre sin escrúpulos para llevarnos del cogote por ese mundo.

Lewis nos trae el gris y la humedad de la lluvia, nos deja que sintamos la lluvia calándonos los calcetines y el regusto del licor de la noche anterior en la trastienda de la boca.  Es una novela de venganza, no puede ser de otra manera, de redención velada, y de malas personas. Demasiados malas y demasiado ciegas. No hay blancos y negros, todo es gris, como esa lluvia que llovía. Palabra de Ted Lewis.

viernes, 6 de octubre de 2017

Déjame salir





El cine se alimenta de ciclos, de reinvenciones y de modas. La gente se rasga las vestiduras porque se hacen remakes como si eso fuera un invento de la última década. Remakes, reboot, adaptaciones, el "experto" cinéfilo pronuncia las palabras con el morrito fruncido, como si le hubieran colado un vino picado en lugar del manjar que merece.

Lo mismo pasa con los géneros. Suele decirse que ciertos géneros se ponen de moda, y hay que entender que moda suele ser éxito económico y de público y profusión de películas afines. Pues uno de esos géneros que nunca han pasado de moda es el de terror. El cine de terror existe desde que el cine es cine, desde que el público decidió perturbarse en las salas o en el sofá. Pero, claro, estamos en la moda del cine de terror. Una moda que lleva toda la vida y con la cartelera, las VOD y similares llenas de producciones de ese tipo. Y al igual que el terror siempre ha estado, está y estará presente en nuestras pantallas, estará su afán por retratar la sociedad que la rodea.

Y "Get Out", o "Déjame salir" es un ejemplo perfecto de ese terror/denuncia que tanto ha popularizado series como Black Mirror o antaño Twilight Zone o "Historias para no dormir". ¡Amigos, no todo se ha inventado ahora!. Jordan Peele, autor del libreto y director de la cinta, nos cuenta una fábula inquietante sobre la raza, lo políticamente correcto y los prejuicios. Un "Adivina quién viene a cenar esta noche" que se va de madre. Sidney Poitier en plan destroyer, vaya. "Get Out" es la vuelta de tuerca a la comedia de desenredo y racismo disfrazado amabilidad y candidez. Estamos en el 2017 y la gente ya ha captado el estereotipo atacado con condescendencia. Ahora el mensaje debe ser más potente, más directo. Y Jordan Peele, criado en la televisión, tiene la receta para que nos comamos un episodio estirado de la Dimensión Desconocida.

Chris Washington (actor que ya prueba el lado chungo de la ficción en Black Mirror) es un artista negro que tiene una novia blanca, Rose (Allison Williams, que personifica el cliché de blanca de clase media alta, guapa y bienintencionada). Ella le invita a casa de sus padres para pasar el fin de semana y presentarle; pero, ¡oh! los padres no saben que él es negro.La premisa es esa y sobre ese camino transcurrirá una historia que se mete hasta los codos en la ciencia ficción, en el concepto de mad doctor y en el yellow boy del siglo XXI. Un juego de situaciones de apariencia extraña que, como buen thriller, va acumulando tensión a la espera de la traca final. El lado positivo es que Jordan Peele no se muere por demostrarnos lo buen director que es y nos cuenta la historia sin alardes ni pasadas de frenada. El guión está medido y ves llegar el susto y los giros sin enfadarte y la obra se hace divertida y, sobre todo, muy entretenida. Todos los actores están bien, la factura técnica se escapa de lo que podría ser un telefilme de sobremesa, y al final, en el susto final, la sonrisa es lo que cuenta.

Es el cine que nos merecemos ahora, el que gusta y llena salas. Producciones poco costosas que llenan cines (cinco millones de presupuesto y casi doscientos recaudados en todo el mundo) con historias que remiten a la realidad pero la retuercen. Al chico del barrio le podría pasar, y los blancos lo vemos como una metáfora muy bien masticada.

No es un cine valiente ni transgesor, es una historia que pretende generar incomodidad, que está muy bien realizada y que se olvidará con cierta rapidez hasta el siguiente Black Mirror que nos haga parecer más inteligentes de lo que de verdad somos.

jueves, 5 de octubre de 2017

En tiempos oscuros.

La alarma, el miedo y el desasosiego son más rápidos que la mecha más cebada. El miedo puede recorrer cuerpos, kilómetros, mentes y conciencias a la velocidad de un parpadeo. Antes, el terror llegaba en forma de parte radiofónico, de letras impresas o del vocerío del que recorre los pueblos con el mal agüero, ahora llega en forma de vídeo compartido, tertuliano televisivo o el maldito clickbait de un periódico digital. Diferentes medios e igual resultado.

Vivimos en un mundo que se va aletargando, en un primer mundo que cada vez es más cómodo porque nos permite construir armaduras y rodearnos del pensamiento amable y concordante con uno mismo. Escapamos de todo cierta sensación de huida atropellada, como ese ejército que se sabe derrotado y no es capaz de replegarse con el mínimo orden. Así somos, leemos lo que que escogemos leer, vemos lo que el morbo nos pide ver y opinamos entre iguales o con la intención de incendiar unos pastos ya quemados. Y somos felices porque nos creemos ganadores. Vencedores morales de una guerra contra el prójimo. Criticamos, opinamos sin saber y nos rasgamos las vestiduras si el "otro" comete la barbaridad de opinar de diferente forma. El criterio no existe porque no se permite. El diálogo es un término que se exige al gobernante pero que nosotros no empleamos en la vida diaria. ¡Qué dialoguen! Mientras bloqueamos en las redes sociales al que no piensa como nosotros.

Somos nuestro peor ejemplo y la causa de todos nuestros males, pero vivimos tranquilos porque la responsabilidad es del que está arriba, al lado o detrás nuestro. Y vivimos en tiempos oscuros. No por lo que pase, sino por la manera que tendremos de afrontarlo. Creemos tener el destino de naciones en nuestras manos porque tenemos una bandera comprada en un chino y la enarbolamos con la energía del que cree que defendiendo la Patria verá su futuro solucionado. Somos unos ilusos que hablamos de unidad y ocupación porque no hemos hecho otra cosa que ver películas y ser ajenos a lo que ocurre en el resto del mundo; en lugares que sí están jodidos de verdad. Aquí tenemos datos en el móvil, neveras llenas, Netflix y asistencia médica, pero seguimos quejándonos por todo y de todos.

Son tiempos oscuros en los que sumergirse en la Cultura es una opción más. De cobardes, de ciegos, de equidistantes... pero no más que los que pasan sus horas pendientes de lo que dicen los demás, de quemar las redes al mismo ritmo que se queman las neuronas. ¿Quién es el cobarde en estos tiempos oscuros?

miércoles, 4 de octubre de 2017

Un acto retro

Crear un blog a estas alturas es el equivalente en internet a abrir un videoclub o comprarse una Polaroid. Son actos casi nostálgicos, retro. En pocos años ver un texto que vaya más allá del párrafo es un proceso intelectual que requiere un esfuerzo. Un vídeo es lo más fácil, un pequeño texto es deseable; todo debe ser rápido, inmediato y directo. Es la patada en la boca intelectual; el chute en vena rápido, y a otro cosa que el mundo no se para y hay mucho contenido que asimilar. Todos lo hacemos, yo el primero. Dirán que es el curso de los tiempos y que la tecnología nos avasalla, que lo mejor es rendirse. ¡Únete al Sistema!

Leer un blog supone ponerse un vinilo en una habitación con las persianas bajadas o tomarse una cerveza sin mirar el móvil cada veinte segundos. Un blog es un lugar de encuentro cultural, o lo solía ser, un sitio donde se acumula la información sobre cualquier tema: cine, cómic, libros, cocina... Cualquier cosa puede ser contada en un blog. A mí me encanta leerlo, seguirlos, vivirlos, ver como sobreviven ante la tentación de medios más expeditivos como Facebook o Twitter. Pero todos sabemos cómo pueden ser las redes sociales y un blog ofrece otro tipo de experiencia; más unidireccional tal vez, pero más completa y meditada con unos caracteres encajonados o una foto con comentario.

Hace poco le di la extramaunción a mi blog. El blog de Ternin, un dinosaurio creado en 2006 que se moría por el desuso y mi falta de interés. Lo borré después de darme cuenta de que, más allá de su valor como diario personal, no coincidía casi en nada con mi forma de ser actual. Era un blog destinado al cómic básicamente, un cajón de juegos donde hacía las cosas apenas sin meditarlas; una escritura automática en plena vorágine de los blogs. Algo que se ha perdido para siempre. Y ahora retomo la actividad bloguera porque estoy cansado de otros medios y sigo con la intención de expresarme, o simplemente contar con más detalle asuntos que me interesan.

Y sin más, estas son las Letras de Serie B. ¡Energía!